El viento en los sauces

El viento en los sauces

Kenneth Grahame (autor), Elena Odriozola (ilustradora): El viento en los sauces. Madrid: Anaya, 2006.

El-viento-en-los-sauces

En un panorama en el que suele reseñarse lo más novedoso, lo último, en el que se suceden los títulos de libros de más o menos calidad, carecemos de la distancia necesaria para saber a qué están llamados a convertirse, por lo que con frecuencia estamos capacitados simplemente a augurarles una carrera más o menos larga dependiendo, en gran parte, de su mayor o menor calidad literaria. En ese panorama merecen situarse en un lugar destacado aquellas obras que van conformando el bagaje literario de toda persona, un zurrón que comienza a llenarse ya desde las primeras edades y que contribuye a contextualizar y dotar de significado, reflexión y crítica a lecturas posteriores. Una de esas obras de referencia es ésta, El viento en los sauces.

Publicada por primera vez en 1908, es considerada uno de los clásicos de la literatura infantil universal, no perdiendo  interés y atracción tanto para niños como para adultos desde entonces, a pesar del tiempo. Es de esas obras en las que las coordenadas temporales no se convierten en impedimento para llegar fácilmente a los lectores, especialmente al público juvenil, más susceptible de no conectar con aquellas obras que se alejen de su universo particular.

El viento en los sauces nace como una serie de cuentos que el autor, Kenneth Grahame, contaba a su hijo (más tarde serían cartas) en un intento de ofrecerle un mundo seguro, estable, ante las dificultades y problemas de salud que vivía el pequeño. Grahame presenta con humor, ironía y con tintes también poéticos y nostálgicos un mundo de animales personificados que de manera puntual interactúan con las personas y que piensan y se comportan de acuerdo a unos arquetipos claramente definidos. A través de las aventuras y desventuras de Rata, Tejón, Topo y Sapo, el escritor británico pinta una especie de arcadia en la que la solidaridad, la amistad, la honestidad o la sensatez están por encima de los intereses individuales, la vanidad y el egoísmo, en la que la vida sencilla, los pequeños placeres cotidianos y el hogar como refugio, como referente de seguridad, están por encima del anhelo de buscar otros mundos y de las ansias de descubrimiento. La Orilla del Río, el Bosque Salvaje, el Ancho Mundo, el transcurso de las estaciones, la naturaleza desbordante… son descritos con un lenguaje sencillo y descriptivo que resulta muy sugerente, consiguiendo crear unas sensaciones capaces de involucrar al lector en un frío invierno, en una fresca primavera o en una apacible tarde de verano junto al río, de escuchar la música del viento moviendo los juncos o el sonido de agua cuando es atravesada por una barca. Además, la estructuración del discurso, la utilización de interesantes recursos literarios o la riqueza del vocabulario proporcionan un modelo lingüístico muy enriquecedor para niños y jóvenes.

Merece reseñarse también el trabajo de la ilustradora Elena Odriozola quien contribuye de manera significativa a acercar la obra al público infantil y juvenil del siglo XXI.  Ya desde la propia portada se nos presenta un diseño que resulta poco usual si la comparamos con ediciones anteriores. Odriozola se une así al elenco de ilustradores que han dibujado la historia de Grahame con la particularidad de que se aleja de las imágenes preciosistas habituales, ofreciéndonos unas ilustraciones minimalistas, sencillas, esquemáticas, en ocasiones muy simbólicas y sugerentes, a veces divertidas, que dotan, desde un punto de vista visual, de nuevos aires a la obra, más acordes con el tipo de lector actual y con las líneas de la ilustración de hoy en día.

En definitiva, un clásico que merece ser releído trascendiendo la tradicional interpretación de las clases sociales de la Inglaterra de principios de siglo XX, una obra que invita a reflexionar, un libro para enriquecer el zurrón de todo niño.