El juego de Christopher

R. J. Palacio: El juego de Christopher (Wonder). Barcelona: Penguin Random House (Nube de Tinta), 2016. 124 pp.

El juego de Christopher

Este es el tercer libro de la serie que se inició con La lección de August. A diferencia de La historia de Julian, la segunda parte, en este nuevo libro se narra un fragmento de la historia al que no hemos asistido aún, y que de hecho no tiene por núcleo a August, el niño con la cara deforme con el que ya nos hemos encariñado. Lo que se narra es un día en la vida del que fue su mejor amigo de pequeños, que en el presente se encuentra un poco distanciado de él, por distintos motivos. Se da así un soplo de aire fresco a la historia, pues permite hablar de otras cosas más allá de la tolerancia, la multiculturalidad o el acoso;  aquí se incide en la amistad, la familia, el paso del tiempo, el hacerse mayor.

Se tratan estos temas con delicadeza e inteligencia. Un ejemplo es el discurso sobre la amistad que le da su madre (p. 49: «no podemos ser amigos solo cuando nos conviene»), y que se retoma en varios momentos como leitmotif desde diferentes ópticas. Otro ejemplo es el capítulo «La visita al hospital», en que Christopher, de pequeño, se asusta al ver en el hospital a un niño con una deformidad (no es August esta vez) y sale huyendo, pero nos acaba sorprendiendo como, en efecto, muchas veces nos sorprenden los niños con arranques de ternura y valentía. Christopher, por otra parte, es en el presente un preadolescente bien retratado, y el argumento no es ñoño.

La estructura es muy atractiva, con capítulos intercalados de presente y pasado, y con el límite autoimpuesto de las 24 horas. También tenemos otra constante de la serie Wonder: las citas recurrentes, en este caso una de El Principito y otra de la mítica canción «The Final Countdown» de Europe. 

Este tercer libro continúa ofreciendo una alta concentración de ganchos hacia el lector adolescente: Darth Maul, Pokémon, Angry Birds, Bob Esponja, McDonalds, el reality El Gran Reto, etc. De nuevo entendemos el placer del reconocimiento cultural que esto entraña en el lector, aunque la complacencia absoluta con la cultura norteamericana nos hace ya sospechar si no estaremos ante una versión evolucionada de «publicidad por emplazamiento».

El título, finalmente, es un poco desconcertante, porque no sabemos cuál es el juego de Christopher. Tal vez se refiera a algo que escamotea la traducción al español del título del libro. En la versión original es Pluto, es decir, Plutón, el planeta; el destino de los viajes con los que soñaban en sus juegos de astronautas Christopher y August. Solo entendiendo que el juego de Christopher se refiere a esto cobra un sentido simbólico el capítulo llamado «Plutón», y se entiende la importancia central que la autora quiso darle.

Continuamos leyendo esta serie de libros, dirigidos a formar a los adolescentes en algunos valores mediante un envoltorio literario interesante. Aprendemos de éste que ser amigo a veces no es fácil, pero que «por los buenos amigos vale la pena hacer un esfuerzo adicional».