El chico más veloz del mundo

Elizabeth LairdEl chico más veloz del mundo. Ilustr. Rafa Castañer. Barcelona: Bambú (Casals), 2016. 148 pp.

La acción se sitúa en Etiopía. A Solomon, un chaval de once años que vive en un pueblecito, le mandan acompañar a su abuelo a Adís Abeba. La ilusión le embarga. ¡Apenas en su vida había ido más lejos de Kidame, la pequeña ciudad a la que va al colegio! Ir a la capital le parece un sueño hecho realidad, y más cuando se entera de que los más famosos corredores etíopes van a desfilar en esos días por las calles luciendo las medallas que han ganado en los Juegos Olímpicos. ¿Tendría la suerte de ver a Haile Gebrselassie, o a Derartu Tulu, los héroes nacionales del atletismo? Sin embargo, su abuelo se muestra retraído y serio, él parece tener otros planes en ese viaje a Adís Abeba? ¿Qué planea? ¿Qué esconde? ¿Cuál es su secreto?

En esta novelita Solomon tendrá que averiguar el porqué del viaje del abuelo e, inesperadamente, acometer una valerosa hazaña para ayudar a su familia. Él, un pobre chico de pantalones raídos y pies descalzos, que lo único que sabe hacer bien es correr, correr, correr…

El libro ha sido nominado a varios premios prestigiosos, como la Carnegie Medal. Es emocionante y la acción no flaquea en ningún momento, con un buen argumento de tramas entrecruzadas y motivaciones de los personajes que suscitan interesantes conflictos. Especialmente hacia el final, en una resolución que atrapa.

Las páginas reflejan un conocimiento profundo de Etiopía, sin los excesos exóticos que suelen corresponderse con quien solo ha ido de turista a un sitio. Laird, en cambio, conoce a fondo el país y sus gentes, y con un par de pinceladas logra el extrañamiento del lector por algunas costumbres distintas, pero sin exagerar las diferencias, para permitirnos identificarnos siempre con la aventura de los personajes.

Elizabeth Laird es una escritora impresionante, curiosa y viajera. Tiene un proyecto del recuperación del cuento folclórico etíope que  merece la pena ser visitado, por cierto.

En definitiva, una buena novela para todos los que quieran ponerse en la piel de un niño diferente y vivir un argumento original en una Etiopía bien plasmada. La única pega es que en esta edición han decidido que las ilustraciones interiores vayan en blanco y negro. Qué lástima, puesto que la de la portada auguraba un colorido y una calidad que hubiera atraído mucho al lector para sumergirlo en la historia. La técnica es collage de papel rasgado, y en gama de grises pierde buena parte de la gracia.