Paloma Muiña
Conocemos a Paloma a raíz de nuestra reseña sobre su libro Un cóndor en Madrid. La posibilidad de entrevistarla surgió inesperadamente y en todo momento se dispuso a colaborar con nosotros en nuestra sección.
Un repaso por su producción literaria nos hace comprobar que Paloma es de esas personas que van despacito pero con buena letra. Que se toma su tiempo para sacar una obra perfecta, donde la humanidad y la sensibilidad florecen por si solas.
Periodista de profesión pero con una larga trayectoria en editoriales, comienza a destacar su faceta como escritora de cuentos infantiles y juveniles cuando en 2013 gana el Premio de Literatura infantil Ciudad de Málaga con “Treinta y tres días antes de conocerte” y posteriormente, en 2014 el Premio Ala Delta con Un cóndor en Madrid. Anteriormente ya había publicado libros infantiles: Qué le pasa a papá , Siete noches y El paraguas rojo.
P: ¿Tu experiencia en el campo editorial te ha influenciado en algún aspecto a la hora de ponerte a escribir?
R: ¡Claro! Para empezar, soy incapaz de entregar un original sin haberlo revisado una y mil veces, porque cuando escribo no dejo de ser editora y como tal, intento que el texto esté redondo. Aun así, el editor que se enfrente a ese texto siempre encontrará cosas que corregir y proponer, por supuesto, y yo lo agradezco. En ese sentido, mi experiencia como editora también me influye, porque escucho con interés las sugerencias sobre mi texto y me dejo corregir. Sinceramente creo que un libro no es tal si no ha pasado antes por las expertas manos de un buen editor que es quien cuenta con la objetividad y profesionalidad necesarias para convertir un texto en un libro.
P: En ambos premios literarios tus obras se han basado principalmente en el reflejo de diferentes personajes y su paso por la cotidianeidad, ¿Consideras importante analizar las rutinas diarias de las personas y ver como influyen en sus personalidades?
R: No suelo planificar mi trabajo, no analizo nada en particular ni me hago esquemas previos. Simplemente me pongo a escribir y me dejo llevar. Lo que sí que es cierto es que el interior de las personas es lo que más llama mi atención, y no de una forma intencionada, sino más bien intuitiva: me cuesta mucho recordar cómo era el hotel donde me alojé el verano anterior, la marca del coche de mi mejor amigo o el peinado que llevaba mi hermana en su boda… Sin embargo, identifico con facilidad el estado de ánimo de la gente que me rodea a través de sus gestos y sus palabras. Doy importancia a los sentimientos, y esos los llevamos puestos a diario, en nuestras rutinas cotidianas, sí, pero también en nuestras ocasiones especiales.
P: Describes siempre diferentes familias tipo, en un caso de inmigrantes, en otro, una familia un tanto especial, ¿Consideras que a los lectores le atrae especialmente las obras que versan de relaciones familiares?
R: Nunca he escrito pensando en lo que a los lectores les puede interesar o dejar de interesar, sino en lo que yo necesitaba reflejar en ese momento. No es cuestión de ego, sino de incapacidad: resulta muy difícil escribir pensando en lo que los demás quieren leer, no solo porque te puedes volver loco intentando dar gusto a todo el mundo, sino porque la escritura es un acto íntimo y, muchas veces, intuitivo. La familia tiene un papel importante en mis libros igual que lo tiene en mi vida. Y entiendo que en la vida de la mayoría de las personas, sobre todo en los niños. Pero no me interesa reforzar la idea de una familia tipo, sino más bien todo lo contrario: reflejar lo variada que puede ser esa realidad. El protagonista de ¿Qué le pasa a papá? tiene una madre que trabaja fuera de casa mientras que su padre es el que se encarga de las tareas domésticas. En Treinta y tres días antes de conocerte no conocemos al padre del protagonista, no aparece ni siquiera mencionado. En Un cóndor en Madrid el padre de Adriana tampoco aparece, y sin embargo el abuelo tiene un papel muy importante en la familia…
P: La faceta psicológica que acompaña a los protagonistas en su interacción con el resto de personas de su entorno es crucial en casi todas tus obras. ¿Pretender dar alguna lección de vida con ello?
R: ¡No, por favor!, no soy quién para dar lecciones a nadie. Como ya he dicho, me interesan las personas, lo que sienten, lo que piensan, analizar sus realidades y reflexionar sobre ellas. Y así se refleja en mis libros. Precisamente creo que lo interesante es que cada uno reflexione y saque sus propias conclusiones, pero sin imponer su forma de pensar a nadie. Creo que en nuestra sociedad falta empatía y sobra intolerancia. Si reflexionáramos más y tratáramos de entender por qué ocurren las cosas sin empeñarnos en juzgarlas, creo que nos iría mejor.
P: Tratas temas habituales en los tiempos que corren, donde los niños tienen que aprender una serie de circunstancias que en ocasiones les superan, pero que con el acompañamiento familiar pueden solventar fácilmente. ¿Escribes para esos niños o para sus familias?
R: Como antes he señalado, no pienso en quién me va a leer como un objetivo. Si cuento la historia de un niño de ocho años trato de reflejar lo que ese niño de ocho años pueda pensar y sentir, y cómo puede comportarse. Hace poco me comentaron que Un cóndor en Madrid podría ser un libro para adultos. Bien, no tengo problema con eso. Creo que la buena literatura no tiene edad. Conozco muchos libros que en teoría van dirigidos al público infantil y que yo, como adulta, sigo disfrutando.
P: Das mucha importancia al aprendizaje, al hecho de hacerse mayor ¿No echas en falta un poco más de tontería?
R: Doy mucha importancia al aprendizaje, al margen de la edad. No doy importancia al hecho de hacerse mayor, sino al de crecer personalmente. Creo que aprender y crecer es algo que hacemos toda la vida, o al menos así debiera ser. En cuanto a la tontería, no, no la echo de menos, más bien creo que muchas veces sobra: en nuestro afán consumista, en nuestra obsesión por juzgar la vida ajena, en las cosas que sacamos de quicio, en lo poco que valoramos lo que de verdad importa, dándolo por hecho… Lo que nunca, jamás me sobra es la risa. El humor es fundamental para disfrutar de la vida. Yo me río mucho. Y si me río leyendo, mejor.
Recordad su nombre porque seguro que de ahora en adelante la vais a leer mucho más. Hacen falta escritores con esa sensibilidad marcada hacia la raza humana para darnos cuenta de que, en ocasiones, tenemos que reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas en una sociedad marcada por la diversidad.