La saltinadora gigante
Julia Donaldson (Autora), Helen Oxenbury (Ilustradora). La saltinadora gigante. Barcelona: Editorial Juventud, 2017, 32 pp.
La saltinadora gigante es uno de esos libros que, sin saber muy bien porqué, gustan tanto. ¿Sin saber por qué? Analicemos un poquito la obra, por encima, sin contar la trama, sin destripar el cuento, dejando la sorpresa para quien opte por disfrutarlo.
Antes de empezar, así, a priori, a bote pronto, solo con tres nombres uno sabe que está ante algo muy bueno. Donadlson, Oxenbury y Juventud, tres grandes de la literatura infantil. Un valor seguro, y es que la experiencia es un grado. Para corroborarlo daría fechas, si no fuese descortés revelar de las damiselas la edad. Julia, Helen y Editorial. Sí, también a esta última, en femenino singular, tratamos de dama por igual.
La saltinadora gigante, y ¿qué puñetas es una saltinadora? Pues yo, no lo sé. Y dudo que nadie lo sepa, ni siquiera los del sillón de la real academia. Qué curiosidad, ¿verdad? ¿Qué será? De este modo, antes siquiera de abrir el libro, ya estamos intrigados, sabiendo (por los nombres) que nos van a sorprender.
La trama. Desde la estrecha y oscura entrada de una madriguera, unas temibles palabras resuenan: “Soy la saltinadora gigante y doy un miedo impresionante”.
El inquilino aterrado, huye, busca alguien mayor con quien compartir su temor, pues es bien sabido que lo que se queda en el interior, ya sea pena o temor, tiende a oprimir el alma. Mientras que si se expone al sol, si sale al exterior, al abrigo de algún amigo, se aligera la situación y se diluye la pena.
Este acto se irá repitiendo en cadena: cada animal más pequeño acude a uno mayor (¡ah, como si los mayores no tuviésemos miedo!). Estos, fortachones, valientes de palabra, tiemblan como flanes al enfrentarse a la temible situación, porque a la hora de la verdad todos tenemos miedo.
Las cálidas y agradables ilustraciones de Oxenbury inundan de luz la narración. Y es bajo esta luz, de vida y conocimiento, donde los personajes se sienten fuertes y valientes, capaces de enfrentarse a cualquier temor. Sin embargo, ante lo oculto tras la madriguera, las fuerzas los abandonan, ya que a todos nos asusta lo oscuro y desconocido, aquello que la luz no alumbra. Oxenbury nos ilumina con sus pinturas: la luz, el conocimiento vence el miedo.
La trama continua, hasta que se descubre al tunante. Y todos los que sufrieron el miedo, se ríen de la situación, de lo que los asustó. Parece que las autoras nos vienen a decir que es con la risa con la que los nuevos aprendizajes se adhieren al ser. Y no les falta razón, ya que la actitud positiva es fundamental para aprender.
Y todo esto en un sencillo cuento. Uno que no destaca por la intención de transmitir ningún mensaje, uno que simplemente cuenta una historia, una historia llena de sabiduría, como aquellas que antaño se contaban ante el fuego. Por eso gusta tanto, he aquí la razón. Porque con los cuentos, como con los juegos, llevamos siglos creciendo, aprendiendo y disfrutando.
De este modo, cómo no nos va a gustar. ¡Es la saltinadora gigante que cala al instante!