Arroz con leche
Natalí Tentori: Arroz con leche. Ilustr. Elizabeth Builes. Pontevedra: Faktoría K (Kalandraka), 2017. 40 pp. Premio «Ciudad de Orihuela» 2016.
Ya hemos reseñado en ocasiones anteriores algunos de los poemarios premiados con el famoso «Orihuela», un premio cada vez más goloso e internacional, que de hecho esta vez ha ganado una joven autora argentina: Natalí Tentori.
A uno se le viene a la cabeza (por ignorancia de quien conoce solo algunos hitos de la poesía hispanoamericana) el Ternuras de Gabriela Mistral. Tal vez el tono de ambos poemarios no es muy distinto, hay ecos del folclore y la temática infantil es común, obviamente; no así la métrica: Tentori usa verso libre, que es poco frecuente, digámoslo, en la poesía dirigida a niños. Pero Arroz con leche es, por su parte, un poemario pequeño y muy cohesionado, con un hilo conductor claro que la ilustradora ha reflejado, de algún modo, en el bordado de sus preciosas imágenes. Así que hablemos de él, no le quitemos protagonismo (si es que asociar su obra con la de una Nobel es quitárselo…). Dale.
El epílogo de Arroz con leche podría ir muy bien al principio.
Es sin duda una declaración de intenciones: reconvertir la poesía infantil en una canto a la feminidad actual. Sustituir el «me quiero casar con una señorita que sepa…» de la canción de niñas, por otro modelo; no extraordinariamente novedoso o rompedor, hoy por hoy, pero igual de necesario aún. De hecho, algunas versiones de poemas de este libro circularon previamente por las redes virtuales argentinas en una jornada contra la violencia de género. Por eso, leer el epílogo al principio da una clave adicional para entender e interpretar el resto del poemario.
Cada poema está titulado con un verbo, un verbo de la infancia: bordar, jugar, cazar, barrer, reír, descansar… En ellos, se hilvanan recuerdos de la voz poética como se tejen los bordados de las ilustraciones. Las escenas que se muestran en los poemas están llenas de ternura, de inocencia, de imaginación y de cierto atrevimiento: juegos de guerrera india que culminan con una cucaracha atravesada, la palabras y las enseñanzas de la abuela, alguna regañina, los juegos en el armario, el canto de las palabras en el idioma que aún se desconoce. Quienes pueblan el texto (o sea, el tejido), de arriba abajo, son siempre mujeres, las de la familia, las que comparten unos sentimientos y un hilo común. Esa es la temática concreta, y el estilo es hermoso, más natural que preciosista, con imágenes y asociaciones muy logradas:
Se sientan en círculo
unas mujeres
y tejen
sueños, bufandas,
mantas, caminos posibles. […]
Detrás de ellas, sentadas,
sus sombras
se ponen de pie.
Son siluetas de niñas
tomadas de las manos
jugando a la ronda.
(De «Tejer», p. 22)
Nos da la impresión (entiéndase o no como una pega) de que a veces es más poesía sobre la infancia que poesía para niños. No hay en el libro rasgos típicos del género: apenas hay juegos de palabras y humor, y si los hay es levemente; las escenas son evocadoras pero muy sutiles a veces para lo que un niño es capaz de comprender; la ausencia de un ritmo acentual marcado y de rima desdibuja los contornos de los versos y los hace más difíciles de seguir; el contexto es eminentemente íntimo y apenas hay narratividad. Nuestra prueba con menores de 10 años no ha cuajado mucho, pero en cualquier caso, nosotros sí lo hemos disfrutado, y pensamos que puede ser una buena manera de introducir a los preadolescentes y adolescentes en la poesía. La propia autora estuvo en un instituto de Orihuela presentando el poemario; señores de Kalandraka: ¿qué tal funcionó?