Millones de gatos

Millones de gatos

Wanda Gág (aut. e ilustr.): Millones de gatos. Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2011.

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No me gustan demasiado los gatos. Quiero decir, me gusta verlos, me parecen animales elegantes, admiro su agilidad felina y debo reconocer que el aspecto de pelusa-con-ojos de las crías me enternece. Pero no viajaría kilómetros para ir a buscar un gato y luego meterlo en mi casa (dicen que, además, los gatos piensan que más bien eres tú el que está viviendo en su casa).

Y sin embargo precisamente éste es el argumento de uno de los libros infantiles que más me gustan: Millones de gatos. Una pareja de ancianitos se siente sola, y entonces se les ocurre que un gato puede animar su vejez. El hombre parte, pues, en busca de un gato, pero resulta que es incapaz de elegir uno solo. Y, como todos le encantan, se trae de vuelta… millones de gatos. Todo un problema (¡y peligroso, como enseguida descubrirán!), pero un problema que se resolverá de la mejor manera.

Es fácil empatizar con la historia por lo que tiene de fabulilla. Al final aprenderemos, con la pareja de ancianos, la belleza de lo pequeño y la fuerza de la debilidad, y toparemos con un placentero final feliz.

Bravo por la editorial Libros del Zorro Rojo por traernos esta edición del clásico norteamericano de 1928. Esta obra de Wanda Gág compite con Babar de Brunhoff por el mérito de ser el primer álbum ilustrado propiamente dicho. Vemos que la ilustración, en blanco y negro y con aspecto de xilografía, tiende a invadir la doble página y a rivalizar con el texto en importancia. El crecimiento y engorde de un gatito, hacia el final, en una única ilustración secuenciada, es tan dinámica que cautiva.

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Sólo le achacaría el defecto (que puede ser manía personal) de algunos momentos de la traducción, a cargo de Lawrence Schimel. No veo qué gracia añade al «a very old man» del original su traslación «un hombre muy muy viejo». Quiero decir, aprecio el intento de desautomatizar la expresión (lo esperable sería «un hombre viejísimo»), pero, al repetirse mucho en el texto, acaba resultando como el vecino pesado que te suelta la misma gracieta una y otra vez siempre que te ve…

Tampoco me encanta la traducción de esa especie de fórmula o estribillo que tan eufónica es en inglés: «hundreds of cats, thousands of cats, millions and billions and trillions of cats». Posee un ritmo creciente, como una bola de nieve (tátata-tá, tátata-tá, tátata-tátata-tátata-tá), y dactílico como un buen himno. En castellano, en cambio, se decidió respetar su literalidad, con lo que el ritmo se pierde: «cientos de gatos, miles de gatos, millones y billones y trillones de gatos». Al comienzo, la acentuación es dactílica (tátata-táta), pero en la segunda parte se disuelve (tatátata-tatátata-tatátata-táta). Suprimiendo las conjunciones el efecto sonoro hubiera sido mejor y más parecido al original:

Cientos de gatos, miles de gatos, millones, billones, trillones de gatos.

Defectos muy menores, en cualquier caso, que un adulto avispado sabrá enmendar sobre la marcha (o corrigiendo a lápiz) cuando lo lea a los pequeños para deleitar sus mentes y sus ojos.