Los chicos del ferrocarril

Los chicos del ferrocarril

Edith Nesbit: Los chicos del ferrocarril. Córdoba: Berenice (col. Los Libros de Pan), 2013

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La editorial Berenice publica por primera vez en nuestro país un clásico de las letras inglesas: Los chicos del ferrocarril (The Railway Children), una obra que lleva editándose con gran éxito en Reino Unido desde que viera la luz por primera vez en 1906. Su autora, Edith Nesbit, es considerada pionera de la literatura infantil y juvenil inglesa, ejerciendo gran influencia en autores como P.L. Travers, creador de Mary Poppins, C.S. Lewis, autor de la saga de Narnia, o en la archiconocida J.R. Rowling, influencia manifestada, por otra parte, por ellos mismos. No en vano, The New York Times Book Review la considera junto a Lewis Carroll como uno de los mejores fabulistas ingleses. Desde luego leer algunas notas de su biografía nos sitúa ante una mujer tremendamente interesante, alejada de los convencionalismos de la época, una mujer atrevida, ajena a prejuicios sociales pero que debía ocultar su condición de mujer firmando como E. Nesbit para poder hacer de la literatura su forma de vida.

La historia comienza cuando los tres hermanos Roberta, Peter y Phyllis, y la madre de estos, deben dejar su Londres natal y trasladarse a Tres Chimeneas, una pequeña casa en el campo en la que deben vivir después de que su padre desaparezca repentinamente y en circunstancias poco claras, al menos para ellos ya que su madre conoce todo lo sucedido. Allí los chicos deben aclimatarse a sus nuevas condiciones que mucho distan de su holgada vida en la ciudad. Ahora viven en un entorno muy diferente, con estrecheces económicas y subsistiendo gracias a las historias que escribe su madre. Sin embargo, no tardarán en descubrir su mayor entretenimiento, una fascinación que les hará más amena su estancia en el campo: la estación de ferrocarril, en la que además de acontecer multitud de anécdotas, trabarán amistad con el jefe de estación, el mozo Perks o con el Anciano Caballero, ese hombre enigmático que les saluda todos los días desde el tren de las 9:15, además de conocer al escritor ruso y a Jim, el chico que transformará su casa por unos días en un insólito hospital. Pero todo lo que acontece no les hace olvidar que su padre ha desaparecido sin dejar rastro, que su madre no les quiere hablar del tema y que es mejor no preguntar. ¿Volverán a ver a su padre?

Los chicos del ferrocarril contiene una trama muy bien construida en la que a lo largo de sus catorce capítulos no faltan elementos para tener al lector pegado a sus páginas: humor, misterio, intriga y las interminables peripecias de unos hermanos que pasan sobradamente el filtro del tiempo. Tampoco faltan momentos de emoción, dulzura o solidaridad a través de los cuales se vislumbra el crecimiento personal de unos niños que se resisten a ser testigos mudos e impasibles del mundo adulto que les rodea.

Además de esto, es un libro muy bien narrado, con unos diálogos muy ágiles y unos guiños al público adulto en forma de intertextualidades que merecen destacarse, referencias a obras, escritores, textos religiosos, cultura y folclore o acontecimientos históricos que demuestran la maestría y el bagaje de la autora. Esas referencias y alusiones se integran perfectamente en el relato siguiendo su idea de no subestimar a los niños y proporcionarles elementos que les enriquezcan. A estos aspectos que dotan de calidad y riqueza a la historia, en el libro original hay que sumar el intento de la escritora de plasmar unos peculiares acentos en determinados personajes, una distinta forma de hablar en personas de estrato socioeconómico más bajo que la familia protagonista, el doctor o el Anciano Caballero, hecho que la traductora, Nuria Reina Bachot, traslada intentando hacer algo parecido emulando una especie de mal andaluz en esos mismos personajes, algo que resulta poco natural, incluso chocante. Sin duda trasladar al castellano el propósito de Nesbit es verdaderamente difícil dadas las singularidades y diferencias de ambas lenguas o el contexto de la propia historia (Londres y la Inglaterra rural de principios del siglo XX).

La obra además es un libro ilustrado. La portada está realizada por Ernesto Lovera y en el interior podemos encontrar reproducciones de las ilustraciones originales creadas por C.E. Brock, autor habitual en obras de Jane Austin, Jonathan Swift o Charles Dickens, un acierto por parte de los editores que acerca al lector a su edición original, hecho de agradecer para quienes disfrutan (o disfrutamos) de esas ilustraciones tan características.

Definitivamente, Los chicos del ferrocarril brinda a los lectores más jóvenes la posibilidad de disfrutar de buena literatura y a los adultos la ocasión de dejarnos cautivar por una historia que bien nos puede recordar a los inolvidables personajes de Mujercitas o de Ana de las Tejas Verdes, personaje este último que, aunque nacido dos años más tarde, es más familiar para muchas generaciones. Además, su lectura nos permite acercarnos a una autora muy singular que nos da claves para entender obras y autores de la literatura infantil y juvenil actual.