El hombre de la flor

El hombre de la flor

Mark Ludy: El hombre de la flor. Madrid: Edaf, 2012

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«Mi abuelo siempre decía: todo el mundo tiene una historia… Sólo que hay que pararse a averiguar cuál es».

Y así es. El hombre de la flor es un libro cargado de historias, tantas como personajes plagan sus páginas. Se trata de un libro sin palabras lleno de magia. El único texto presente es esa invitación que recogemos en la cita que une esa sabiduría de los mayores que nos transporta a un añorado tiempo pasado, a ese «ya lo decía mi abuelo», con el deseo y el placer que todos sentimos por que nos cuenten historias. 

Érase una vez (así podría comenzar este libro, con la fórmula conocida por todos que nos pone ya expectantes, así o de tantas maneras como narradores se embarquen en esta historia) un hombre poco común, un anciano de eterna sonrisa: el «hombre de la flor», una persona entrañable y con un punto extravagante que llega a una ciudad gris, triste y vacía donde sus habitantes no conocen la alegría, el silencio y los gritos son las cosas que más se parecen a la comunicación y en donde el tedio y el aburrimiento se han apoderado incluso de los niños, quizás porque una ciudad gris vuelve a quienes viven en ella en seres grises, también a los niños. Pero, ¿qué pasará cuando el hombre de la flor comience a llenar de color la ciudad? ¿Qué pasará con sus vecinos, con esos habitantes carentes de luz porque la desidia y una ciudad sombría se ha apoderado de ellos? El pintor, el hombre de la ducha, el ladrón, el enamorado y muchos más verán cómo sus vidas se transforman contagiados por un hombre capaz de transformar todo lo que le rodea, un hombre con un halo mágico que siembra algo más que plantas en su jardín. 

Mark Ludy compone un hermoso canto a la vida a través de una historia coral en imágenes en la que siempre hay un foco de atención sobre el personaje principal del «hombre la flor», pero en la que la historia de cada personaje que aparece evoluciona paralelamente, en cada página, creando un gran mosaico cargado de detalles, sensaciones y múltiples realidades y en el que ponerle fin no será nada fácil, precisamente por el número de personajes e historias por descubrir. Realmente no es un libro que se lea o se narre de una sola vez; requiere tiempo y mucha observación.

Cuando abrimos el libro llama la atención lo caótico del escenario, de esa ciudad, de ese barrio, y el monótono tono gris que lo impregna todo; todo, excepto al hombre de la flor, siempre rodeado de color.  Resulta paradójico cómo a través de unas ilustraciones que sin ser estéticamente ricas e incluso sin que puedan merecer el calificativo de hermosas, aunque sí es evidente que extremadamente cuidadas, se consigue una obra final tan bella, con tantos matices y tanto significado. 

Personalmente encuentro un gran potencial en los libros mudos, o libros sin palabras, tanto para el adulto que los narra como para los pequeños lectores que se acerquen a ellos. Éste es un buen ejemplo: decenas de historias por recrear de una forma muy personal, el desarrollo de la imaginación, de la creatividad del lenguaje, la alfabetización visual o el fomento de la lectura autónoma y la observación (que además se incentiva con el juego propuesto en la contraportada de la búsqueda del minúsculo ratón Rudi).

Aunque puede traducirse de todo lo dicho hasta ahora, no se nos olvida mencionar el tinte ecologista con el que el autor envuelve el libro. Estamos ante una obra que vuelve a ensalzar el poder de transformación del hombre, que nos habla de la necesidad de habitar unas ciudades más verdes y de cómo el entorno donde vivimos nos hacer ser, en gran parte, lo que somos. El hombre de la flor es ese despertar a una vida maravillosa, la ilusión y la esperanza de que todo puede cambiar.

Un gran libro que cautivará a todo aquel que se asome a sus páginas.

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