La luna de Juan
Carme Solé Vendrell: La Luna de Juan. Pontevedra: Kalandraka, 2015. 34 pp.
Reeditar a los clásicos tiene sentido. En la literatura infantil y juvenil de nuestro país poseemos ya suficiente perspectiva e historia como para valorar la trascendencia de algunos libros, verdaderos hitos en su evolución. La Luna de Juan es uno de esos clásicos. Su original en catalán (La Lluna d’en Joan) se publicó en 1982 (en castellano en la editora Hymsa), y ha llovido mucho desde entonces, pero su huella no se ha borrado.
Solé nos presenta una historia hasta cierto punto autobiográfica, pues narra el deseo de un niño de curar a su padre. La autora (lo ha contado muchas veces) tuvo a su madre enferma de tuberculosis desde que tenía 2 años, hasta los 9, que la vio morir. Imaginamos cuánto debió de desear curarla en aquellos años, que se levantara de su silla, que recuperara la energía y le pudiera dar todas las caricias y abrazos que los niños merecen. De ese subtexto, de ese «concreto» emocional, nace la fuerza de esta historia. Solé no evita explicar a los pequeños lectores las dificultades de la vida. Como la buena literatura, no escamotea las emociones que tienen que vivir los niños, aunque tampoco las lanza a bocajarro, sino que las explica de forma poética y natural. Y llega profundo y no deja indiferente.
Juan, el niño de mofletes rosados (como los de otros libros suyos) vive feliz con su padre en un acantilado. Su felicidad de vida sencilla naufraga cuando su padre pierde la salud; se la ha tragado el mar. Y Juan va a vivir su gran aventura yendo a buscarla, guiado por la luna.
En cuanto a la ilustración, impactante por la técnica mixta con aerógrafo, son sensacionales las dobles páginas sin texto, insertas de forma sorpresiva, con escenas que dejan boquiabiertos a niños y adultos. Búsquense, como juego, las siluetas «ocultas» de un pez y de un rostro en las rocas de pp. 20-21. Su calidad es inapelable, y no en vano fue nominada a los premios Andersen en su momento. Diríamos, en cambio, que se queda corta en la representación de la luna, con su cara tal vez algo falta de carácter (seguramente sea una manía nuestra), y también en el tamaño, más bien pequeñajo, del que llama «enorme pulpo».
Sin embargo, es sencillamente magnífica la escena de la p. 11, en que la ilustración y no el texto nos da toda la información sobre la madre muerta de Juan, a partir de un retrato y unas flores secas colgados en la pared. Su padre ya está enfermo, convaleciente en la habitación del fondo, y, a los pies del retrato vemos el juguete de Juan. Sutil explicación del fin de la infancia, cuando a los niños les toca asumir responsabilidades de adulto. Y tan poética y tan emotiva, conociendo la biografía de la autora.
Del texto, también de Solé, tenemos que alabar el crescendo potentísimo del recorrido hacia el mar de Juan con la luna. Todos los elementos se enfrentan a él; está dispuesto a subvertir las fuerzas que rigen el mundo, movido por la hybris de querer recuperar para su padre lo prohibido, lo que la naturaleza, con su justicia implacable, le había quitado: su salud. La escena es inolvidable:
Las rocas son cuchillos y lanzas que el agua va afilando con paciencia a lo largo del invierno. Las gaviotas se despiertan malhumoradas y chillan como si quisieran quedarse sin voz. Los árboles y las rocas que Juan tan bien conoce le parecen ahora amenazadores gigantes […].
(Para quien haya visto la reciente La canción del mar, de Tomm Moore, hay concomitancias de motivos e intertextualidades narrativas, casuales, o pertenecientes a un sustrato imaginativo profundo:)
Carme Solé eligió este libro como su favorito en esta entrevista, y con ella les dejamos: