Ío
Daniel Piqueras Fisk: Ío: hay mucha vida ahí fuera (planetas por Pedro López). Madrid: Narval, 2018. 152 pp.
Los libros de Daniel Piqueras Fisk van ganando en desarrollo y se va atreviendo a aventuras más audaces. En esta ocasión, combina su trazo simpático de cómic con las pinturas de planetas de Pedro López, y el resultado es bastante asombroso. La historia, como tal, por otra parte, gana en capas y en densidad. Al autor le gusta imaginar encuentros entre distintas épocas (ya en Homo) y ahora nos combina tiempos y espacios muy diferentes… ¡a escala cósmica!
La historia nos la presenta en una obertura-prólogo una niña que encuentra una botella con mensaje y un diario, dentro de un cofre en un desván de una casa (¡¿de Plutón?!). Lo que va a leer en ellos es el resto del libro: una aventura apasionante, pasional también, descarada, inesperada y a ratos peligrosa. Es la aventura de un náufrago que es viajado (si se puede decir) por un globo aerostático desde el planeta Tierra hasta Plutón (ese plutoide degradado en 2006…), de los peligros que debe superar, de su encuentro con una mujer en el satélite Ío (que presta su nombre al título del cómic), y de su llegada a los confines del sistema solar, donde (debemos deducir) inicia una nueva vida (en ambos sentidos).
El libro está lleno de alusiones y referencias conocidas, que nos hacen sonreír (¿qué creen que vamos a encontrar en Marte, avispados lectores?), y rebosa momentos descacharrantes, como la persecución de la marabunta masculina en Ío, que deriva en una imagen que nos ha recordado a Las oréades de Bouguereau. Piqueras Fisk es un vitalista: ama la vida y los cuerpos y la libertad y el amor. Ama la infancia también, pues el seguimiento que hace la niña del principio, en páginas intercaladas en el libro, de las aventuras de sus cercanos adultos es la monda, por decirlo claro. (Referente generacional de esta estructura, by the way: La princesa prometida.) La libertad creativa que se toma Piqueras Fisk lleva a cosas bastante inusitadas, como los créditos cinematográficos iniciales, que son siempre bromas refrescantes.
En cuanto a las técnicas, el autor sigue su estilo de cómic mudo, con más abundancia de líneas de contorno sobre fondo blanco que de color (siempre usado este con inteligencia y sentido simbólico). La novedad está en los planetas pintados por Pedro López, que a veces hacen que pasar la página se convierta en una precipitación hacia el espacio exterior. El detalle, la intensidad de los colores y la sugestividad de estos planetas contrastan muchísimo con el estilo de Piqueras Fisk, y a algunos este contraste les podrá parecer demasiado. Desde nuestro punto de vista, en cambio, delimita bien los dos planos del libro: la ambientación real y la historia ficticia.
Es un libro que se devora, ligero y divertido, con un contenido emotivo y una construcción argumental compleja. Pensamos que desde la preadolescencia hasta la vejez puede resultar una lectura magnífica. Lo mejor: viñetas como la fiebre del sábado noche en Ío, de las que cuesta luego reencajarse la mandíbula. Lo peor, si hay que decir algo: a veces uno querría que el ritmo fuera más lento, con escenas más detalladas en las que pudiéramos reposar más la mirada.
Dice el blog de la editorial que la niña se llama Laika. ¿Cómo saberlo? Yo me quedaría con que sus padres le pusieron Ío. En homenaje.