Una casa grande, un vestido rojo y más de cien palomas
Andrés Guerrero: Una casa grande, un vestido rojo y más de cien palomas. Segovia: Yacaré, 2017, 32 pp.
Hoy inauguramos colaboración con una nueva editorial: Yacaré. El título con el que nos estrenamos es Una casa grande un vestido rojo y más de cien palomas, de Andrés Guerrero. Ya el formato llama la atención: vertical, muy alargado, invitando a una lectura de arriba abajo. Algunas de las ilustraciones aprovechan con acierto las páginas que parecen estirarse hasta el infinito y transportan al lector a los pies de un tronco que se pierde en las alturas o frente a un imponente muro que parece no acabar nunca.
Otro elemento que rápido marca territorio e impone su reinado: el uso del color. Manda el blanco marfil del fondo, salpicado de ilustraciones con carboncillo negro y pequeñas, y muy medidas, pinceladas de acuarela roja. Algún otro pequeño brochazo de color se cuela en la pista, pero el rojo, el blanco y el negro siguen siendo los anfitriones del baile. Además, el color carmesí lleva la voz cantante desde la portada: tapas de una tonalidad intensa, con un título en blanco que juega con la verticalidad y va dejando caer las palabras “Una casa grande, un vestido rojo y más de cien palabras”. Evidentemente, las guardas son del mismo tono sangriento, que se mantiene en la página del título antes de ceder paso a las hojas blanco marfil que hemos comentado.
El texto, que aún no hemos decidido si es narrativo o lírico, o quizás líricamente narrativo, nos habla de Rebeca. Cada vez que aparece su nombre es en rojo intenso y la imagen de esta niña pizpireta recorre las páginas con su vestido ‒adivinen el color‒ y su sonrisa. Rebeca tiene una casa grande, un vestido rojo y muchas ganas de vivir: la niña va descubriendo y disfrutando de pequeños y grandes placeres: observar carreras de caracoles, dormirse escuchando el murmullo de olas lejanas, recorrer el bosque en busca del duende que lo habita.
Rebeca tiene millones de cosas, aunque no son suyas. Bonita manera de tener, ¿verdad? Desde luego la niña parece feliz y a mí me ha sacado una sonrisilla de las bonitas, de las que dan tranquilidad; de las que suenan a “venga, que sí.”