La vuelta al mundo en 80 enigmas
Carlo Frabetti: La vuelta al mundo en 80 enigmas. Ilustr. de Nicolás Castell. Madrid: Narval, 2017. 143 pp.
Tengo un amigo que opina que el valor de un libro literario está en su calidad literaria, y que esta no debería mezclarse con otras cosas (la instrumentalización hacia la filosofía, las matemáticas, la historia…), porque sería como adulterar la leche fresca echándole zumo de limón: por separado guay, pero si se juntan producen algo raro (sé que algunos adultos estáis pensando también en el baileys con cola, ¿eh?).
A mi amigo un libro como este de Frabetti no le encantaría. La vuelta al mundo en 80 enigmas es una sucesión de 40 problemas matemáticos hilvanados con una mínima historia: la de Alicia y el enano Ulrico que no para de insistir en enseñarle cosas. Y otros 40 problemas después, soltados sin anestesia.
La verdad es que el argumento es escasísimo, sí. ¡No es más que eso! Una especie de diálogo (¿socrático?) entre Alicia y Ulrico, la inexperta pero ágil aprendiz, y su misterioso e inteligentísimo maestro. Lo que le importa a Frabetti son los problemas matemáticos: el unirlos unos a otros de forma gradual y escalonada, el que estén planteados con precisión, y el que las palabras de Ulrico tengan el suficiente halo de genialidad imperturbable que ha caracterizado a los maestros de las películas. Y eso para muchos no sería suficiente. De hecho, la relación entre Ulrico y Alicia está basada en la insistencia del primero y en la reacción inicialmente desganada de la niña, por lo que se hace un poco repetitiva. Alicia siempre se acaba picando por los problemas planteados, pero la primera reacción de “pereza mental” corre el riesgo de ser transmitida al lector con cada nuevo enigma.
Dicho esto, luego uno se pone a pensar en libros como El mundo de Sofía, que han llegado a hacerse famosísimos, necesarísimos para nuestro mundo, y en los que la trama literaria no es lo principal. Hemos leído el libro con cierto enganche, y eso que para nosotros alguna rama de las matemáticas es como la kriptonita para Supermán. Imaginamos, pues, que para alguien que ame este tipo de especulación el gustirrinín al plantearse los problemas del libro debe de ser inmenso. No son, además, los típicos de todos los libros de enigmas (no espere encontrar la barca en que ha de cruzar al granjero, un lobo, una oveja y una lechuga; ni la tortuga de Aquiles tampoco); muchos son verdaderamente complicados, lo cual limita la edad inicial de lectura (hay factoriales, proporción áurea, la sucesión de Fibonacci, y cosas así).
Es difícil ilustrar un libro así, y la labor de Nicolás Castell al dibujo nos parece valiosa. Las imágenes que hay entre las páginas nos quieren traer parecidos a William Blake pasado por un manga. Hay detalles de lo dicho en el texto en cada una de las ilustraciones, pero se toman con libertad para crear escenas y escenarios independientes. La cubierta pixelada, sin embargo, es un detalle que podría haberse subsanado.
¿Con qué nos quedamos? ¿Qué le decimos a nuestro amigo? Opina el narrador que resolver enigmas permite “comprender un poco mejor en qué mundo vivo” (p. 34), puesto que “si 80 días son suficientes para dar una vuelta al mundo bastante aceptable [en referencia al libro de Verne], creo que con 80 enigmas bien resueltos (o sea, bien comprendidos) podrás hacerte una idea del mundo en que vives, es decir, cómo es y cómo funciona. Y de cómo funciona nuestra mente, que es la que nos permite conocer el mundo” (p. 36).
¿Cuál es el valor de este libro? Presentar las matemáticas como preguntas sobre el mundo, como una herramienta para interactuar con el universo que nos rodea, a través de una historia anecdótica pero más entretenida al menos que el enunciado de un libro de texto. ¿Y quiénes lo disfrutarán? Siempre hay un destinatario para un libro: el de este no es cualquiera; nosotros le pediríamos unos 16 años de vida al menos, y un interés demostrado por las explicaciones numéricas. Así que, amantes de las matemáticas, a leer.