Una canción de muy lejos

A. F. Harrold: Una canción de muy lejos. Ilustr. Levi Pinfold. Barcelona: Blackie Books, 2019. 222 pp.

La fantasía infantil y juvenil no ha muerto: Harrold está aquí.

Reconociendo influencias de Tolkien, desarrolla en Una canción de muy lejos un escenario fantástico entrelazado con el real, y que se explica por sí solo. La fantasía aparece en esta novela sin pedir permiso, inesperadamente, dejando incluso algunas «lagunas de indeterminación» que tendremos que tratar de llenar los lectores con nuestra imaginación.

Frank es una niña, sus tripas son sus tripas, Quintilius Minimus es su gato, y Noble es un matón. Así comienza todo. En el parque del barrio Noble y sus compinches se meten con Frank, pero acude a ayudarla un chaval raro, grandote, con el que todo el mundo se mete: Nick. Desde ese momento, Frank se sentirá en deuda con Nick, pero no imaginará qué maravillosas y a la vez terribles consecuencias va a tener esa relación, sobre todo desde que Frank oye en el sótano de la casa de Nick una inaudita melodía.

En la línea de las mejores novelas de aventuras, Harrold nos ofrece un relato misterioso y oscuro, centrado en la amistad y cómo necesitamos unos de otros para meternos en líos y para luego poder salir de ellos.

Lo mejor de Una canción de muy lejos es el estilo. Harrold es irónico y sabe cómo jugar metaficcionalmente:

Era la clase de idea que se les ocurría a los personajes de los libros que leía, y no a ella (p. 76).

El recurso de que el estómago de Frank hable con ella, como contrapunto cómico y cobarde, es buenísimo:

—Vete —le dijo su estómago—Lárgate de aquí (p. 146)

Harrold tiene sus toques de estilo que también agradarán a los adultos, como cuando describe una urbanización de casas de clase media:

El coche se detuvo delante de un chalet con la fachada de madera blanca, en una calle de chalets con la fachada de madera blanca. En todos los jardines había unos rosales impecables e idénticos (p. 70).

Las piezas argumentales están perfectamente ensambladas. Tal vez hay un exceso de descripción de sensaciones y estados de ánimo en algunos momentos, que pueden incomodar a los lectores menos ágiles; y el virtuosismo imaginativo de Harrold lleva en ocasiones a extralimitarse en piruetas de comparaciones («era como si… era como si…»).

El final es muy bueno. Deja una impresión profunda, y la sensación emocionada de haber asistido a una magnífica aventura que no hubiéramos querido que terminara.

En definitiva, es un libro que gustará a los lectores de fantasía, sobre todo si no temen las atmósferas oscuras y pasar un poquito de miedo. Las sombras que se cuelan en el mundo de Frank desde muy lejos también se han colado (¡sorpresa!) en las páginas del libro, amenazando con invadirlas desde los márgenes… Bueno, ya lo entenderán cuando lo lean.