Acuario
Cynthia Alonso: Acuario. Madrid: Kókinos, 2018, 39 pp.
Cuando una editora me recomienda encarecidamente un libro, normalmente suelo hacer caso porque algo especial tiene seguro. Es algo así como palabra de editora, que no sé si está al mismo nivel que palabra de librera pero debe de rondar muy cerca. Pues bien, por si no estaba suficientemente convencida, en la pasada Feria del Libro de Madrid tuve la suerte de charlar un rato con Irene Álvarez (cofundadora y editora de Lata de Sal) y me hizo un recorrido personalizado por las casetas vecinas recomendándome imprescindibles de la «competencia». Aproveché la oportunidad y tomé buena nota porque palabra de editora vecina me pareció ya la repanocha.
Acuario es una obra sin palabras y con jugo, mucho jugo. Ya en la primera guarda nos entra sed y angustia a partes iguales: un montón de copas, jarras, jarrones y recipientes varios, llenos de agua y con sus respectivos pececillos negros viviendo (¿viviendo?) dentro. La página del título nos sitúa en un valle entre montañas, surcado por varios ríos y delineado por una ilustración bastante minimalista. Pasamos página y comienza el movimiento con una niña que emboca un estrecho y alargado camino rosa pálido que se aleja de las casas. Las maravillosas ilustraciones de Cynthia Alonso nos transportan a un pequeño muelle de madera, sobre el que la niña se tumba para contemplar con los ojos cerrados el agua y el sinfín de peces que la habitan. Toda ella está inmersa en disfrutar ese momento: hasta su cabellera se convierte en una suerte de torrente de agua en el que su imaginación chapotea a gusto entre todas las criaturas marinas imaginables. Qué paz, oigan, qué paz…
Un pececillo rojo falla en sus cálculos de saltarín y aterriza en el muelle, fuera de su elemento y a merced de la joven soñadora. Ella, rauda y veloz, lo recoge en su botella de agua y sale disparada para casa donde página tras página le monta un parque acuático de cuidado, conectando con una manguera todo cachivache susceptible de ser llenado de agua. Aquí, me van a permitir que confiese la risilla nerviosa que me entró pensando en los padres o abuelos de esta niña, entrando por la puerta y encontrando semejante espectáculo. Pero tranquilos, por suerte no asoma ni un adulto por las páginas de este libro. El caso es que en pleno éxtasis acuático, a remojo con bañador y todo en el salón, el pececillo rojo parece no compartir ese frenesí y salta fuera de su pecera, cayendo en un charco y bajando a la niña a la realidad.
Por suerte, la misma carrera que le llevó lejos de su hábitat, le trae de vuelta cuando la joven protagonista comprende dónde necesita estar su amigo. Una preciosa doble página nos despide con una bella vista hacia ese lago o ese mar a donde vuelve el animal, con la niña de pie en el muelle despidiéndole enfundada en su bañador. Y tan feliz, tal y como nos muestra la guarda final, intencionadamente narrativa y perfecto cierre a esta aventura acuática: ya no hay recipientes llenos de agua y peces, sino una doble página toda de agua, con criaturas (niña incluida) nadando tranquilas y libres.
Confirmado, la palabra de editora vecina no es moco de pavo. Hagan caso.