Andersen entrevistado

La revista Literatil no se hace responsable de las opiniones de los artículos de sus redactores. Ni siquiera de este. Ni siquiera tras haber entrevistado a Hans Christian Andersen en persona en el Día del Libro Infantil, 216 años después de su nacimiento y 146 de su fallecimiento (la tecnología aplicada a las postrimerías logra maravillas). Es decir: Literatil no se hace responsable de lo que Andersen piense y diga, que al fin y al cabo es ya un viejales consumado (consumido también) y es posible que chochee.

Nos reunimos con él en Odense y, aunque intentamos recrear el momento de su nacimiento (habíamos llevado un equipo de filmación completo), nos topamos con que, por recomendación del primer ministro de Dinamarca, su casa (hoy museo) está cerrada al público. “Lo siento, quédense en casa”, nos dijo la vigilante. “Pero si yo soy H. C. Andersen”, dijo Andersen, “esta es mi casa”. “Señor Andersen, la pandemia está descontrolada… Sería una desgracia nacional que se nos volviese a morir, ¿no cree? Los mayores de 80 son grupo de riesgo”. “No me quite edad, no me quite edad, señorita…”. Andersen dio media vuelta y le seguimos unos pasos más allá, donde, como un chaval, trepó por un canalón y se coló en el patio de su casa, que es particular. Y allí, sentados junto a un grosellero de uva crispa, hablamos un rato con él.

Imagen: Casa de la Infancia de Andersen, Odense. https://hcandersensodense.dk/h-c-andersens-barndomshjem/

Literatil. ¿Cómo ve la literatura infantil?

Andersen. La literatura infantil es como esta planta. Durante tardes enteras la observé cuando era niño, en invierno, primavera, verano y otoño. Pequeña y frágil como es, cambiando en todas las estaciones, pero siempre dando frutos (riquísimos, por cierto), y no tan distinta de hace 200 años.

L. Pero si hace 200 años no existía, dicen, literatura infantil. Usted ayudó a crearla.

A. ¡La ignorancia es muy osada, joven! No existía un mercado literario, como decís en este tiempo. Pero que las cosas no existan dentro del capitalismo no quiere decir que no existan en absoluto… ¿Alguno de tus lectores sabe qué es una uva crispa? ¿No? ¿Porque no la encuentran en el supermercado?

L. Pero ¿y el concepto de infancia, qué me dice? Eso es algo nuevo…

A. Ah, ¿tienen en tu tiempo un concepto de infancia?

L. Ya no se piensa en los niños como adultos en miniatura, o como seres incompletos hasta llegar a la adultez…

A. ¿Tengo que responder a eso, o basta con que apunte con mi dedo hacia tu sistema escolar y a tu mercado editorial? Mira, ya me queda poco pelo, pero estoy hasta el moño de vuestro adanismo, y de la literatura instrumentalizada, de la “literatura para”.

L. Sí, le entiendo. Yo el otro día me llevé un chasco cuando una de las editoriales a las que le tenía respeto me mandó un libro con un panfletillo en que me explicaba qué temas trataba y lo bien que podría aprovecharlo para transmitir algunos contenidos a los niños.

A. Oh. Ah. ¿Sabe qué le haría yo a esa gente?

L. Otro día me lo cuenta. Hoy las preguntas las hacemos nosotros, señor Andersen. ¿Qué piensa de la recepción de sus obras?

A. Hum, tengo que agradecerle a la posteridad el trato que han dado a mis obras. Ya sabes que yo no quería ser especialmente autor de literatura infantil, cultivé otros géneros. También Cervantes, me parece, pensaba obtener mayor fama con sus tragedias, y mira… Pero estoy encantado. Todos los años se traducen y reeditan mis cuentos, aunque…

L. ¿Aunque?

A. Aunque me gustaría que se prestara atención a alguno más. Durante todos aquellos años de mi vida yo escribí más de ciento cincuenta cuentos, pero normalmente solo se publica una decena: El traje nuevo del emperador, La sirenita, El soldadito de plomo, El ruiseñor, Las zapatillas rojas, La princesa y el guisante, La reina de las nieves, La pequeña cerillera, El patito feo y Pulgarcita… Créeme: los otros son tan buenos como esos.

L. El año pasado Akal ha publicado bastantes de sus cuentos, con los comentarios de Maria Tatar.

A. Una edición preciosa. Me gusta más que aquella de la editorial Crítica en la que Maria Tatar me mezclaba con cuentos folclóricos recogidos por los hermanos Grimm o Afanasiev. No me cansaré de decirlo: en mis cuentos el autor soy yo, no el pueblo.

L. ¿Cree que le leen íntegramente?

A. ¿Cómo?

L. Es decir, ¿qué piensa de las adaptaciones?

A. ¿Me adaptan?

L. Hay gente que piensa que su estilo es anticuado, que no encaja bien con la forma de leer actual, con el lenguaje literario que esperan los niños. Usted es un gancho, un anzuelo hacia libros mayores… algunos dicen que no podemos permitirnos fracasar con usted, y por eso le adaptamos.

A. Ah, ya. Entiendo. Son esas versiones de mis cuentos que quedan reducidas al cincuenta por ciento en el número de palabras, que quitan descripciones porque se les hacen lentas, que eliminan la tristeza y la tragedia por si a los niños les da por sufrir… Verás, no sé qué pensar. A lo mejor los niños de ahora son más tontos. A lo mejor tiene que ver con el concepto de la infancia que decías tú antes… Lo que no puedo soportar, en cambio, es que la gente piense que yo salvé a la sirenita. Eso sí que no. ¡Con lo hermoso que era mi final convertida en hija del aire! Maldito sea quien crea a Disney.

L. Decía su amigo Edvard Collin que usted no solo escribía bien historias, sino que las contaba de maravilla a los niños, con su voz.

A. A los niños y a los adultos, como se hacía antes. Yo creo que en tu tiempo sería cuentacuentos, narrador oral. Los cuentacuentos de hoy son mis herederos. ¿Sabías que de joven me tiraban mucho los escenarios? Sin embargo, tengo la sensación de que el cuento corto, como lo escribía yo, y luego otros como Oscar Wilde y demás, ya no se sabe hacer. Hay novelas buenísimas para la infancia, también en España (Juan Farias, Gonzalo Moure, Mónica Rodríguez, I. C. Viro…), pero al cuento corto casi nadie se dedica. Es el tiempo del álbum ilustrado, y esto lo afirmo con alegría y con pena al mismo tiempo, si es que eso es posible.

L. ¿Qué piensa de su premio, del prestigioso Premio Hans Christian Andersen?

A. Me halaga y me ayuda a estar al día de los buenos escritores. Aquí en la otra vida charlo mucho con los que van muriendo. Lo injusto es que solo se conceda a un autor cada dos años, habría muchos más que lo merecen.

L. ¿Tiene alguna espinita clavada? ¿Algo que no pudiera realizar en vida?

A. Ah, pues sí. Mira mi dedo: me he clavado una espinita de esta grosella tan deliciosa. Así es la literatura. ¿Gustas una?