Tonto, loco, salvaje
Eva Llergo (autora): Tonto, loco, salvaje. Madrid: Ñaque Editora, 2021. 60 pp.
De manera general, la literatura dramática escrita para adolescentes acostumbra a masticar los valores pedagógicos que desea transmitir. La pieza se convierte en un panfleto que conduce a su lector por un camino hacia una moraleja inequívoca. De este modo se pierde el debate y la reflexión que el propio género teatral lleva implícito. Sin embargo, Tonto, loco, salvaje¸ nos propone el viaje iniciático de un quinceañero en el que gobierna la duda y el cuestionamiento. Su conflicto se extenderá desde su joven protagonista hasta el auditorio de lectores.
Para contar esta historia, Eva Llergo no escoge un tema que a priori pueda ser sencillo de convertir en material dramático: la incomprensión del sistema educativo hacia un alumno con necesidades especiales. En el dominio de este asunto se deduce el componente vivencial que posee la historia, pues la autora ficcionaliza un hecho personal. Solo a partir de una situación que te atraviesa, que te nace de las tripas, pueden plasmarse los distintos matices de una temática en principio algo sesuda y conceptual que termina revelando un revés trágico.
Pero no nos encontramos ante una tragedia, al menos no en el sentido estricto del término. Tonto, loco, salvaje nos muestra la historia de Damián, un adolescente que un día, frustrado y agobiado ante el pronóstico de repetir curso, estrella la cabeza contra un cristal y se encierra en el antiguo laboratorio de su instituto. Esta aparente rabieta, vista como un acto salvaje y descerebrado por parte del equipo directivo y el profesorado, termina desvelando un fallo en el sistema y hace que pasemos de lo particular a lo general.
Pero la autora no cae en maniqueísmos y nos enseña las dos caras de la moneda. Por un lado, docentes del centro, como Rosa o Álvaro, hastiados de alumnos como Damián, para los que no tienen ganas ni tiempo. Son de la opinión de que se debería emplearse mano dura para enderezarlos. Por otro lado, aquellos que ven en estos alumnos cierto grado de excepcionalidad, diamantes en brutos que pulir. En esta fuerza del conflicto encontraríamos personajes como Marina, madre de Damián, profesores como Eusebio y… Albert Einstein. Sí, el propio Einstein aparece en su reverso quinceañero como mentor fantasmagórico de Damián (¿o más bien alucinógeno?) para hacerle ver que hace muchos años él también fue leído como un tonto, un loco y un salvaje.
Y, en medio de toda esta crisis, Damián, humano y bestia, niño y adulto a la vez. Su autora consigue construir un personaje de quince años genuino sin necesidad de sexualizarlo o introducirlo en el mundo de las drogas (como viene haciendo la ficción adolescente contemporánea). Y no por ello Damián deja de tener ese pulso pasional y perdido propio de su etapa vital. Nos interesa su conflicto y rápidamente empatizamos con él, pues seguro que alguna vez todos nos hemos sentido en los márgenes, rechazados por el sistema. Una vez más lo particular se eleva a lo general, a lo universal podríamos decir.
Eva Llergo conoce bien las herramientas de la escritura teatral y las utiliza con ingenio. Signo de ello es el tratamiento de la unidad de espacio (no muchos dramaturgos son capaces de contar una historia que transcurra en un único lugar). Pero Eva nos traslada a ese antiguo laboratorio escolar separado por una puerta del instituto, del resto del mundo. En él se encierra Damián, como si de una jaula se tratara, pues solo un espacio de esas características podría contener a un animal salvaje. Brillante es el juego escénico que puede permitir que los personajes estén tan cerca y a la vez tan lejos, como nos enseña la hermosa conversación entre Damián y su madre a través de la puerta. Esta es una potente imagen para mostrarnos cómo se relacionan.
Tonto, loco, salvaje es un texto incendiario, que debería ser leído en las aulas para propiciar el diálogo entre docentes y alumnos. A pesar de que su contenido no aparece en ninguna guía didáctica porque no enseña Matemáticas o Sciences, todo lo que en él se dice apela a la comunidad escolar en su conjunto. Puede que no seas profesor, pedagoga, docente…, pero seguro que alguna vez has estado sentado en un aula y te resonarán ideas como “Me puso el parte porque no sabía la respuesta. No sabía por qué coño nos manda hacer veinte raíces cuadradas”, o “a este alumno le hace falta disciplina”. ¿No es hora ya de reflexionar sobre el sistema en el que pasamos la mayoría de horas del día?