La Bella Durmiente

Lola Moral (texto), Sergio García Sánchez (ilustraciones): La Bella Durmiente. Madrid: Dibbuks, 2017. 14 pp.

La Bella Durmiente se ha cansado de que su historia se tergiverse. Así que, aprovechando los siglos de maldición que le han impuesto, ha decidido escribirla. Así comienza la versión de La Bella Durmiente que nos proponen Lola Moral y Sergio García Sánchez. En ella, la propia princesa Talía nos cuenta su biografía. No pretendan asistir al cuento tradicional en el que una princesa pusilánime espera a que un apuesto caballero la despierte. La princesa Talía no es ni bella, ni durmiente. En su lugar, sus autores le dan la posibilidad de elegir con quién compartirá el resto de su vida, de no ser besada por alguien cualquiera. De este modo, Talía se pasa siglos y siglos en un castillo rodeado de espinos esperando a que llegue alguien que la convenza.

Esta nueva revisión del cuento popular enmienda la plana a sus antecesores, en los que su protagonista femenina se limitaba a dormir y dejarse besar por un desconocido que pasaba por ahí. Eso en la versión más dulcificada, porque la primera adaptación que tenemos, la del italiano Giambattista Basile (1633), pone los pelos de punta por sus alusiones al abuso sexual. Sin olvidar la adaptación de Perrault de finales del XVII, con un segundo movimiento macabro después del beso durante el que la princesa se topa con una suegra ogresa caníbal y más pruebas que demuestren su amor.  A la Talía de Lola y Sergio se le rebaja la injusta maldición: dormirá cien años, sí, pero al despertar tendrá todo el tiempo para elegir al adecuado.

De manera muy hábil, los autores aprovechan la propia fisicidad del libro para contar la historia. Si lo empezamos por la portada, asistimos a la historia clásica que todos conocemos, aderezada con toques de ingenio y humor, creando un universo en el que el cuento tradicional colisiona con referencias contemporáneas, a la manera de Shrek (Adamson y Jenson, 2001). Y, una vez que la terminamos, podemos continuar la historia a partir de la contraportada, descubriendo así la ristra de pretendientes a la que se enfrentó Talía.

Encuadernada en concertina, ya explorada por autora e ilustrador en su versión de Caperucita Roja, recuerda a aquellos tapices que adornaban y calentaban los castillos contando hazañas y leyendas. La Bella Durmiente es un tapiz tejido con humor e ingenio, que apuesta por la revisión de los clásicos.

Sin embargo, con todas las virtudes ya mencionadas me hago una pregunta: ¿por qué la princesa Talía, con todos los siglos que han pasado, sigue necesitando que un hombre la rescate? Vale que es el chico que le gusta, pero seamos sinceros: continúa perpetuando la idea del amor a primera vista y lo besa sin siquiera darle tiempo a preguntarle el nombre.

Aún así, esta versión de La Bella Durmiente rompe el molde original y es un estupendo primer acercamiento a la historia desde un punto reflexivo y crítico, enseñándonos que las cosas no son siempre como nos las cuentan.