El hombre que plantaba árboles

Jean Giono: El hombre que plantaba árboles. Barcelona: Duomo, 2010. (Il. Joëlle Jolivet)

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El hombre que plantaba árboles es un clásico. Fue seleccionado por el Equipo Peonza en su obra de referencia Cien libros para un siglo (Anaya) como el mejor libro infantil y juvenil del año 1953, en que fue escrito. Los escolares en Francia lo tienen como lectura recomendada en los cursos centrales de su educación básica.

¿Pero cómo es posible que un librito, que en sus apenas 36 páginas narra una peripecia simplicísima, sobria en cuanto a estilo, realista hasta la apariencia de una crónica, sea tan valorado?

La respuesta, sea cual sea, tendrá que ver con que El hombre que plantaba árboles ofrece un modelo atractivo de personaje, como hay pocos. Ese ficticio Elzéard Bouffier, pastor sencillo y tácito, alcanza las dimensiones de un héroe mítico. Al menos en lo que podríamos llamar la «mitología contemporánea». Son heroicas su constancia y paciencia hasta la obsesión, como se ve en este párrafo que describe su tarea:

Llevaba tres años plantando árboles en ese erial. Había plantado cien mil bellotas. De las cien mil, habían brotado veinte mil. De esas veinte mil, contaba con perder la mitad a causa de los roedores o de los designios imprevisibles de la Providencia. Así pues, quedaban diez mil robles que crecerían en esa tierra desolada. (pp. 18-19)

Muchos han creído que se trata de un personaje real, debido al juego literario que Giono sabe conducir tan elegantemente; pero aunque no lo sea, sí hay otros «bouffieres» reales por el mundo, como estos, este,  estos, o estos otros.

También es inolvidable el alejamiento del «mundanal ruido» del protagonista, ajeno a todo para poder centrarse en su misión: «No se había preocupado en absoluto por la guerra», se dice de él, al fin de la Primera Guerra Mundial (p. 22). Se me viene a la mente la necesidad, cada vez más comentada, de escuchar mensajes importantes en una sociedad «infoxicada» como la que tenemos.

El libro ha significado para muchos algo así como una revelación (y no pasan muchas en la vida, créanme), de ahí su importancia. En la propia LIJ ha dejado cierta estela, que podemos adivinar en La promesa, de Nicola Davies, o acaso (¿de forma no deliberada?) también en El jardín curioso, de Peter Brown. La edición de El hombre que plantaba árboles viene esta vez ilustrada con respeto y sin alharacas, y acompañada de dos pop-up.

Que la disfruten.