El pequeño hoplita

Arturo Pérez-Reverte (autor), Fernando Vicente (ilustrador): El pequeño hoplita. Madrid: Alfaguara, 2010. 40 págs.

El pequeño hoplita

El pequeño hoplita es seguramente el mejor volumen de esta colección «Mi primer» que el propio Pérez-Reverte coordina en Alfaguara. Narra la historia de la batalla de las Termópilas desde la perspectiva de un niño, y parece adaptarse muy bien, de este modo, a una colección infantil, sin prescindir de esa pasión histórica de su autor.

El niño protagonista es el hoplita del título, un guerrero (o aspirante a) de Esparta que, como se aclara en las páginas del libro se llamaban así por el «hoplon, el gran escudo redondo que usaban para combatir». Él quiere luchar en la batalla, pero Leónidas, el jefe, le manda regresar para contar a los demás el sacrificio de los guerreros en defensa de su pueblo. Toda la narración es netamente perezrevertiana: llena de hombres valientes, exaltando el deber y el honor y la libertad.

Hay que decir también que no puede escapar de los topicazos de la perspectiva masculina: el niño crece y se convierte en un hombre fuerte y sano, un guerrero, por supuesto, y se casa con una mujer cuyos únicos atributos en el texto consisten en ser «muy guapa». Aclarémoslo: no se pide que el autor haga un ejercicio de anacronía, pero sí que sea consciente de los modelos que se ofrecen a los niños, y que la literatura es enculturadora. Las feministas le criticarán. Aunque a Pérez-Reverte es posible que eso no le quite demasiado el sueño.

El lenguaje del relato, por lo demás, es magnífico. Posee una sintaxis tan sobria como los propios espartanos: frases simples, breves, puntuación contundente. Las palabras están cada una en su sitio, si es que entienden lo que quiero decir; no sobra ni una, todas potencian de tal modo su connotación que resulta un texto muy bello. Ya el comienzo es tan atractivo que desarma al lector (o escuchador) ante los interrogantes que plantea: «Éranse una vez trescientos hombres valientes que iban a morir».

Pero aun así he de decir que lo que más suele cautivar de este librito es la ilustración. Fernando Vicente ha hecho muy bien en inspirarse en frisos y cerámicas griegas, logrando una ambientación muy apropiada para el texto. Es gracioso, no obstante, que los templos griegos ya estén en ruinas en el 480 a. C., según se ve en muchas de las escenas. Supongo que también es un tópico.

Disfruten, en fin, de este libro. El tema en su conjunto es genial para la infancia: el crecimiento. El niño que desea, sufre y se hace hombre.