Bajo el cielo de Gaza
Luis Matilla, Bajo el cielo de Gaza. Asociación de Teatro para la Infancia y la Juventud. A.S.S.I.T.E.J España, 2015, 126 pp.
¿Leer teatro? ¡Claro! ¿Fuera del ámbito académico de la Educación Primaria o Secundaria? ¡Por qué no! Obviamente, no vamos a engañar a nadie, el teatro está pensado para degustarlo sobre un escenario cómodamente asentado en el patio de butacas. Pero puede disfrutarse, y mucho, en su formato textual, incluso sin la guía de un maestro, cuando el lector ya ha sido iniciado en las convenciones del arte dramático.
Bajo el cielo de Gaza (Premio de Teatro ASSITEJ España 2014), del prolífico dramaturgo Luis Matilla sería, además, un estupenda iniciación en la lectura solitaria de teatro (aunque también lo sea para trabajarla desde el ámbito escolar) porque contiene los patrones básicos reconocibles del género dramático, y al mismo tiempo incorpora las bases del teatro de Matilla que con voz directa hablan a los jóvenes de hoy en día. Matilla propone un teatro para niños y jóvenes propio, cercano, imaginativo, inteligente pero al mismo tiempo crítico e iniciático. Pero, ¿cómo se materializa todo este listado de adjetivos? Veámoslo concretamente a través de Bajo el cielo de Gaza.
La obra está ambientada en el conflicto palestino-israelí (en el que ya había profundizado Matilla con su obra de 2002 Manzanas rojas), en la franja de Gaza, donde Adriano, un israelí da clases de teatro a un grupo de jóvenes árabes. El conflicto está servido en la idiosincrasia del protagonista. La tensión es evidente desde un comienzo porque Adriano debe luchar, para llevar a cabo su proyecto, contra la incomprensión de sus compatriotas por su posicionamiento ante el conflicto y los recelos de la comunidad árabe que no acaba de confiar en la entrega y bondad sin matices que parece poseer el protagonista. Todo ello es observado por Emily una cooperante estadounidense recién llegada que, con su mirada ingenua aunque bienintencionada, materializa dentro de la obra el posicionamiento habitual del que partimos los lectores/espectadores ante el conflicto de Gaza en la realidad. Al mismo tiempo, sirve de nuestro trasunto dramático para acompañarnos, dentro de la obra, en el proceso que experimentamos ante la situación histórica descrita. Para rematar la intensidad dramática, Matilla aporta la mirada de los chavales que forman parte del grupo de teatro (Jaleb, Raghda, Amir, Suha, Abudi) que, con sus diferentes edades, evidencian la contaminación progresiva que la realidad va operando sobre su manera de entender el mundo.
El comienzo de la obra es de una belleza y potencia indescriptible. Un magnífico y efectista ejemplo de teatro dentro del teatro, con el estimulante incentivo del in media res. Nada más encenderse las luces, observamos cuerpos humanos tocados con caretas de animales (un cerdo, una gallina, una oveja, un buey…) sobre un fondo de alambradas y barricadas. La primera frase es profética: “Nadie duda, pues, de que el responsable de todas nuestras desgracias es el hombre”. En seguida comprendemos que se trata del ensayo de una versión dramática de Rebelión en la granja de George Orwell. Obviamente, la obra no está elegida al azar por Matilla. Es símbolo escénico plurisignificativo que nos abre a los lectores múltiples interrogantes: ¿son los árabes tratados como animales en Gaza?, ¿la respuesta ante los abusos es la rebelión?,¿la culpa de toda la miseria humana es del hombre?. ¿hay esperanza en este mundo?
Algunos de estos interrogantes intentan desvelarse durante la obra. Pero no revelaremos aquí más del argumento para no restarle intriga. Avisamos, eso sí: nos encontramos ante una tragedia con mayúsculas. Aunque el final nos golpea con sequedad en la nuca, al mismo tiempo y paradójicamente, la obra no contiene un mensaje nihilista. Describe con fidelidad la situación concreta de unos adolescentes y su involucrado profesor de teatro en un entorno hostil y beligerante; no es verídico, pero podría serlo, pues es un retrato concreto en un entorno reconocible de unos seres humanos tremendamente verosímiles. Por ello, no podemos contemplarlo desde la distancia. Nos obliga a posicionarnos. Igual que le sucede a Emily en cuanto llega y se instala entre ellos. Y Emily acepta el reto. Ella es la esperanza de esta obra. Y ella, como nos quiere hacer ver Matilla, también somos o podemos ser nosotros.
El mensaje implícito de esta obra (que no la moraleja; Matilla odiaría este término) es que el hombre es el responsable de todas nuestras desgracias pero también capaz de auténticos milagros. En ese frágil equilibrio radica nuestra esencia como seres humanos. Esta es la tesis de Matilla en la obra y me atrevo a decir que también su propio posicionamiento como ser humano. Bajo el cielo de Gaza es, por lo tanto, una invitación para asumir un modo de vivir concreto. Así lo verán seguro nuestros jóvenes lectores. La obras se vuelve, pues, una suerte de rito iniciático proyectado que les impelerá a posicionarse como seres humanos en el mundo, ahora que van a tomar sus primeras decisiones independientes. Por eso, Bajo el cielo de Gaza, es un libro necesario que expandiría todavía más rápidamente sus virtudes de ser puesto en escena. Invitamos a nuestros jóvenes a acercarse a la obra. E invitamos también a las compañías teatrales a asumir este precioso reto de acometer su montaje.