Orbis sensualium pictus

Iohannes Amos Comenius: Orbis sensualium pictus. Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2017. 341 pp.

No hay un solo maestro o educador que no haya recibido en sus oídos el título de este libro, o al que no se le haya hecho pasar por sus ojos las letras del nombre de su autor. Y sin embargo, desde la edición mexicana de Porrúa (El mundo en imágenes, 1994), no conocíamos edición en castellano de esta obra clave para entender cómo aprendieron los niños en la edad moderna, y cómo la imagen empezó a aparecer en los libros (didácticos) infantiles.

Lo que nos trae Libros del Zorro Rojo es un regalo a la vista y al intelecto. Una edición en formato pequeño, tapa dura, a dos tintas ¡y bilingüe! del Orbis sensualium pictus de Comenio (1658). A nosotros, personalmente, la posibilidad de su lectura nos ha hecho soltar alguna lagrimita de emoción, y nos temblequeaban los nudillos al pasar cada página. Porque con esta obra entendemos mucho de lo que habíamos leído sobre educación básica, y también nos despegamos de alguna pamplina generalizada («que esta obra fue el primer libro ilustrado para niños»… no diremos dónde lo leímos). Este libro no fue el primer libro ilustrado para niños (ni siquiera en Occidente), pero sí fue un libro escolar con un significado enciclopédico avant la lettre, que permitía que los estudiantes aprendieran acerca del mundo, leyendo breves capítulos en que se describían los productos de la tierra, los insectos voladores, la carne y las vísceras, la elaboración de la miel, los instrumentos musicales o la posición planetaria. ¡150 capítulos, recorriendo lo humano y lo divino: el universo, los elementos, la flora, la fauna, el ser humano, los oficios, las fiestas, las artes, los lugares, los juegos, las virtudes y los vicios…! Y en cada capítulo, una imagen de aquello de lo que se habla, reproduciendo las xilografías de la edición original. Y en cada imagen, claro, unos números que remiten a las palabras del texto, para que pueda establecer la conexión entre cada término y su referente.

El libro tuvo un espíritu universal, y por eso Comenius (el gran checo Komenský) usó el latín, lengua de cultura; decisión que respetan hoy los editores con un sentido muy contracorriente que aplaudimos. Ese espíritu universal es universalizador, y se ve en las aspiraciones del subtítulo, que reza: imágenes y nombres de todas las cosas fundamentales del mundo y de las actividades de la vida (omnium fundamentalium in mundo rerum et in vita actionum). ¡Todo el mundo en tus manos! Imaginamos la revolución que supuso esto.

Y qué bonito el lema de Comenio en la portada: «Fluya todo por sí mismo, sea apartada de las cosas la violencia» (Omnia sponte fluant, absit violentia rebus), que se suele relacionar con su labor pedagógica. Comenio defendía el aprendizaje suave, mediante el juego, pues quiere que los niños «no conciban la escuela como un martirio sino como algo placentero» (prólogo, p. 7), y para ello propone una «escuela de lo sensible» (p. 11), con el fin de que los niños aprendan a partir de lo que pueden ver, tocar, oler, oír, gustar. El pobre, sin embargo, en su descripción del colegio (Schola), no pudo evitar añadir una triste realidad de su época, que seguro que tenía bien clavada: «Algunos charlotean y se portan insolentes y negligentes; estos son castigados con la palmeta y la vara» (quidam confabulantur ac gerunt se petulantes et negligentes; hi castigantur ferula et virga).

A veces uno no sabe si el orden de los capítulos revela algo de fina ironía en su autor; por ejemplo, justo a continuación de «La medicina» (Ars medica) viene «El entierro» (Sepultura). ¿Casualidad? Están llenos de curiosidades los capitulitos sobre «Las siete edades del hombre», o sobre «Deformes y monstruosos». Me partí de risa cuando al inicio del capítulo de la «Producción de cerveza» (¡al loro, neorrurales!), se lee: «donde no se tiene vino, se bebe cerveza» (ubi non habetur vinum, bibitur cervisia), que revela con rotundidad las prefencias degustatorias de Comenio, y también que aún faltaban tres siglos para que su tierra diera con la receta de las Pilsner. Es, como ven, una lectura entretenida. Para los amantes del latín, una gozada, pues de paso aprenderán, para luego atreverse con su Ianua linguarum reserata.