Simbad el Marino

Anónimo: Simbad el Marino. Ilustr. Cachetejack. Bizkaia: The Elephant Factory, 2017. 31 pp.

Simbad el Marino es el quinto título de la colección Clásicos Juveniles de la editorial The Elephant Factory, y es una buena elección, porque es un relato de aventuras que resiste el paso de los siglos con solo unas capas de polvo acumulado, que una buena edición podría levantar de un plumerazo. Nos cae simpática esta colección de tapa dura.
Simbad el Cargador accede, casi por azar, a escuchar los relatos de los viajes de Simbad el Marino, un rico mercader de Bagdad. Simbad el Marino es un hombre que fácilmente se aburre de la vida sedentaria y necesitar calmar sus ansias con repentinas ventas de bienes y zarpamientos de puerto en busca de aventuras colosales; tan admirables que en ocasiones Simbad el Cargador se desmaya solo de escucharlas. Tenemos ballenas que parecen islas, aves Roc, gigantes, caníbales… Lo mejor de esta obra es un argumento que nunca deja de sorprendernos, con una descomunal fantasía y un tempo muy vivaz.
Y todas las ciudades importantes de la Asia antigua que se mencionan son una gozada para los oídos: Bagdad, Basora, Doha, Samarkanda, Isfahán, Persépolis, etc. Nombres exóticos, a medio camino entre la realidad histórica y la ficción literaria, que deberían poblar (junto con los Hamelín, Bremen, o Jauja de otras tradiciones) la imaginación de los niños.
Cachetejack (las ilustradoras Raquel Fanjul y Nuria Bellver) aportan unas pocas ilustraciones de una expresividad y simplicidad muy singulares. Con colores planos, patrones y estilo naïf, construyen escenas simpáticas y dirigen el conjunto del libro hacia un destinatario de poca edad.
Acercarse a obras clásicas mediante textos resumidos para familiarizarse con ellas desde la infancia es una buena idea. En nuestra opinión la obra requeriría una adaptación aún mayor en el terreno léxico. No es necesario, pensamos, mantener arcaísmos o voces desusadas como “atrio”, “brocados”, “evanescente”, “fausto”, “avituallarse”, etc., que aparecen al principio; y habría que tener cuidado con algunas traducciones extemporáneas, como “petimetre” (palabra que no aparecerá en castellano hasta el siglo XVIII, y que rompe la lógica de la ambientación), “santiguarse” (que parece poco propio de los musulmanes), y con arabismos no traducidos, como “baraka” o “madraza” (madrasa). Pero en líneas generales el texto fluye, tiene onomatopeyas graciosas y expresiones felices por aquí y por allá, y el carácter resumido del texto hace que un niño pueda leer fácilmente cada capítulo en una sentada.

Lo mejor: cómo va ganando ritmo y el carácter osado y burlón de Simbad nos va cayendo en gracia.
Lo peor: hubiéramos querido más ilustraciones.