Ver la luz

Ver la luz

Emma Giuliani: Ver la luz, trad. de Esther Rubio. Madrid: Kókinos, 2013, 26 pp.  

¡Poesía! Traigo poesía una vez más, qué maravilla. Tengo entre manos una de esas obras a las que se ha comenzado a llamar álbum lírico (obligatorio echarle un ojo al trabajo de la investigadora María del Rosario Neira Piñeiro). Tienen mucho en común con el libro-álbum, pero no comparten la estructura narrativa que habitualmente se les presupone a estos.

Un álbum lírico, decía, escrito y creado por Emma Giuliani. Y no digo ilustrado, porque se trata de una propuesta con toques de pop-up, donde una importante parte de la información está oculta tras solapas y desplegables. Cada doble-página (aunque hay varias opciones de lectura, como comentaré después) está en blanco y negro, jugando con las líneas, las luces y las sombras, para generar la escena; tan solo una diminuta mariquita roja se pasea por los contornos monocromáticos, no sabemos si con un deje de rebeldía o como guiño y premonición de aquello que se esconde tras los pliegues del papel.

El texto nos habla de calor y belleza, de amigos y amantes, de infancia y senectud. Las imágenes nos muestran un mundo floral, con distintos colores y formas, que ofrecen un marco con el que interpretar las palabras. El libro se puede leer de manera tradicional, pasando las hojas de derecha a izquierda, o bien desplegarlo entero gracias a la estructura de acordeón que se desvela al llegar al final. El recorrido lírico puede cambiar, según se observen escenas secuenciadas pero separadas por el paso de la página, o un continuo de imágenes que parece crear un retablo en blanco y negro.

Mi compañero Ignacio Ceballos veía en este libro el ciclo de la vida, en una reseña que publicó en 2014. Tras leer sus palabras, reconozco que dudé y pensé «menuda torpeza la mía por no haberlo percibido yo también». Pero el caso es que yo me había lanzado a escribir mi reseña, antes de saber que él ya había realizado una, y me parece estupendo que hayamos asido hilos distintos del telar que propone Emma Giuliani. A mí me conquistó el juego de siluetas en blanco y negro donde irrumpen colores sin silenciador; me quedé con la minúscula mariquita que va paseando mientras sobre ella se desata una explosión de fuegos artificales en plena noche de verano. 

Investiguen, queridos lectores, abriendo y cerrando, leyendo, saboreando, volviendo atrás o haciendo “sonar” el acordeón lírico. Yo, cada vez que me he acercado, he sentido la necesidad de volver a ocultar todos los pliegues una vez que finalizo la lectura, para asegurarme de que la próxima vez que regrese, volveré a encontrarme con la serenidad del blanco y negro inicial. Pero para gustos, los colores (y las reseñas).