Diez cerditos luneros
Lindsay Lee Johnson (texto) y Carll Cneut (ilustraciones), Miguel Azaola (traducción): Diez cerditos luneros. Barcelona: Ekaré, 2018, 24 pp.
Cae la noche y mamá cerda por fin puede cerrar los ojillos y descansar. Diez criaturas tiene la buena mujer, ¡diez! Por suerte es hora de dormir y están todos metidos en la cama, descansando y a salvo de todo peligro. Algo así podría estar probablemente soñando la madre de esta historia a la que dejamos plácidamente dormida en la primera página mientras su tropa de retoños huyen por la ventana ayudándose unos a otros. La luna asoma por la abertura en la pared e incita a los jóvenes marranos a salir en busca de aventuras nocturnas. Vamos con ellos.
Cada cual con su pijama, deliciosa indumentaria, se internan entre los árboles y se alejan del hogar. La oscuridad lo cubre todo pero el astro lunero les guía en su exploración. Todos juntos, en una misma dirección, pero con intereses muy distintos. Las guardas nos han presentado a los diez cerditos inquietos: Otto, que no se separa de su balón; Karen, pendiente de la benjamina Mia; Melinda y Melisa, el yin y el yang, gemelas; Chico, con el hocico inmerso en su libro (con guiño metaliterario incluido que muestra la propia portada de Diez cerditos luneros); Chaz, un espíritu libre atado a la realidad por un pequeño hilo; Lucía, siempre con su muñeca a cuestas; Bam, con dotes de mando (y encantado de hacerlo); y Jorge, con los caramelos asomando por el bolsillo. Como ven, todos hermanos y todos distintos, como debe ser.
Este particular equipo de exploración recorre los alrededores jugando, bailando, nadando y disfrutando del influjo lunar. Un búho les acompaña página tras página, sobrevolando sus peripecias y atento al devenir de la noche. Las ventanas de las casas nos muestran hilos narrativos paralelos que el lector puede decidir explorar con su imaginación. El texto, rimado, contribuye a crear una sensación de trance, de impulso irrefrenable. Hasta que una nube cubre la luna y se rompe el hechizo. Cunde el pánico cuando la oscuridad domina la doble página. El búho ya no parece tan amistoso y se oye a un zorro acechar cerca… «¡MAMÁ!»
Bendita madre cerda. Tras el infarto inicial por despertarse sola en la habitación, sin rastro de los retoños, sale en su busca dando gruñidos de alerta. Los encuentra, los rescata —gracias por tanto, mamá—. Y los acuesta uno por uno mientras el sol asoma por la ventana y cambia totalmente la paleta de colores que nos había acompañado hasta ahora. Comienza un nuevo día pero hay diez cerditos que van a tardar en despertarse. Ha sido una noche movida.