Canciones de Garciniño
Beatriz Giménez de Ory: Canciones de Garciniño. Ilustr. Antonio Guzmán. Cuenca: CEPLI, col. «Luna de Aire», 2012. 48 pp.
¡Hoy más que nunca, celebremos el DÃa de la PoesÃa!
Traemos un poemario que no es nuevo, ni viejo, sino todo lo contrario. Ganó el IX premio Luna de Aire (uno de los pocos que existen en nuestro paÃs para la poesÃa infantil), y su autora es una de las mejores poetas infantiles que existen hoy en España. De ella hemos hablado también en otra ocasión.
Giménez de Ory nos da unos poemas escritos con la tinta de la poesÃa tradicional hispánica medieval. Reelabora estrofas, temas, tópicos, con un buen conocimiento de aquello de Margit Frenk y de Menéndez Pidal. (La autora es filóloga, qué se le va a hacer…). También conoce y ama y rehace esas canciones infantiles con estribillo de jitanjáfora («Pirulá, pirulÃ… PirulÃ, pirulá»; «PitilÃn, pitinojo… PitilÃn, pitigüela»), o las que sirven para jugar al corro:
Juega que juega a la rueda,
y Juanita se cayó.
Quedas fuera de la rueda
hasta que lo quiera yo.
Es un poemario un poco al estilo de lo que hicieron algunos del 27 (Lorca, Alberti, ya saben) con la poesÃa tradicional. Vino nuevo en odres viejos, y el odre no revienta, sino que se reinventa. Versos con una musicalidad excelente y, al contrario de lo que a veces pasa con poemarios infantiles premiados, este sà que admite sin duda un lector infantil.
A nosotros las ilustraciones de este libro no nos gustan mucho. Nos parece que a veces rompen bastante la atmósfera que han creado las palabras. Disuenan. Por eso nos quedamos solo con los versos y, para celebrar el DÃa de la PoesÃa, transcribimos el que da protagonista al tÃtulo del libro:
El prÃncipe Garciniño
Al prÃncipe Garciniño
lo llaman para la guerra.
—Mira, madre, yo prefiero
trillar el trigo en las eras.
—Garciniño, te reclaman
los tambores y trompetas.
—Padre, déjame quedarme
tejiendo en telar de seda.
—Garciniño, el enemigo
con las ballestas te espera.—
Ya cabalga Garciniño
sobre su yegüita negra.
El prÃncipe va llorando
lágrimas de blanca pena.
Han pasado veinte años
y regresa de la guerra.
Salen a buscarle al puente
el rey y también la reina.
Garciniño les saluda
desde su yegüita vieja.
—¿Qué nos traes, hijo cumplido?
¿Cautivos con sus cadenas?
¿Recias espadas de plata?
¿Brazaletes y pulseras?
¿Una alfombra voladora
de la princesa de Persia?
—No traigo esas cosas, no,
que nunca estuve en la guerra,
sino sembrando los campos
y tejiendo hilos de seda,
y cantando por las plazas
con tambores y trompetas.
Lo que traigo en las albardas
son camisas holandesas,
panes que quitan el hambre,
risas y canciones nuevas.
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