La carta de la señora González
Sergio Lairla (texto) y Ana G. Lartitegui (ilustraciones): La casa de la señora González. Barcelona: A Buen Paso, 2019, 40 pp.
Recientemente Arianna Squilloni, editora de A Buen Paso, hablaba sobre este libro en un taller que impartía en el marco de Jaleo 2020; entre otras cosas, comentaba que, para la reedición de la obra, se habían incluido algunas modificaciones entre las que se encontraba la portada. Y comentaba también que gracias al apoyo de una adolescente (nos quedaremos con la curiosidad de saber quién era, pero ¡bravo!) había logrado convencer a autor e ilustradora de utilizar la ilustración con la bestia atravesando el bosque, acompañada por un desproporcionado pez payaso que nadaba tranquilamente en la parte izquierda de la hoja (la que hay unas líneas más arriba, vaya). Arianna Squilloni defendía que era necesario poner esta imagen en la portada para avisar al lector de que se trataba de un libro especial, poco convencional, y con una relación entre fantasía y realidad cuanto menos curiosa. Desde aquí, sin duda, aplaudimos la decisión.
La carta de la señora González comienza con la susodicha mujer escribiendo una misiva de gran importancia para el señor Lairla; le dedica mucho tiempo, tanto despierta como dormida, pensando en las letras que quiere juntar y en su destinatario. Benditas hojas llenas de palabras, qué poder pueden tener. El caso es que a la mañana siguiente la envía con mucho cuidado, llevándola personalmente hasta el buzón; regresa a casa y se queda adormecida en su sillón favorito, con la tranquilidad del deber cumplido y con la mente henchida de sentimiento.
Hasta aquí, no habría sido necesario ningún aviso a navegantes. Pero una vez que el cartero recoge el notable sobre y percibe el olor a cereza de la pipa del señor Lairla, comienza una aventura de la que cada cual tiene que sacar sus conclusiones. La carta, obviamente, no va en línea recta hasta su destinatario, sino que atraviesa entrañas de peces, gargantas de gigantes, estómagos de fieras y un sinfín de lugares muy poco habituales para los empleados de Correos. En cada doble página se plantea un episodio distinto, casi a modo de capítulo (numerados, de hecho, aunque de manera poco convencional), que presenta el texto en el verso y la ilustración en el recto. Cada evento engancha con el anterior, que termina con un pequeño final en suspenso (reconozco que he tenido que buscar la versión española de cliffhanger) que deja al lector siempre al borde de un precipicio, en el mejor de los casos.
Las ilustraciones están llenas de detalles. El texto está lleno de detalles. En resumen, la obra está colmada de guiños que enlazan unos con otros y que te obligan a voltear las páginas en un sentido y otro para darte cuenta de que todavía no has descubierto todo. De hecho, por aquí aún no hemos logrado descifrar por qué solo los capítulos impares tienen una ilustración en el verso, encima del texto, a modo introductorio, mientras los episodios pares dejan ese espacio en blanco.
El Sr. Lairla miró sorprendido a aquel hombre que le entregaba, a esas horas, una carta tan arrugada y manoseada com si hubiera recorrido medio mundo.
El cartero suspiró profundamente y comentó al despedirse: <<No se imagina usted lo duro que resulta, algunas veces, ser cartero>>. Tomó la bicicleta y se alejó silbando una canción.