El dulce olor del diablo

Ricardo Gómez: El dulce olor del diablo. Madrid: Narval, 2019. 286 pp.

Ricardo Gómez es un premiadísimo autor de literatura infantil y juvenil: ha obtenido los premios Cervantes Chico, Barco de Vapor, Gran Angular y Alandar a lo largo de su carrera. Dice que escribe «sobre lo que le gusta y en especial sobre lo que le hiere», lo cual, pensamos, le ha llevado a crear este libro, un thriller sobre heridas no cerradas.

Tiene unas primeras páginas brutales. Al fin del primer capítulo uno se pregunta: «¿En serio? Oh, ¿de verdad acaba de pasar esto?», y ya todo es leer para poder responderse.

En esta novela hay un conflicto misterioso, que es capaz de agarrarnos de la nuez y no dejarnos respirar durante casi trescientas páginas. Andrea, la protagonista, desarrolla de golpe una capacidad olfativa sobrehumana; este poder irá afinándose y mejorando incluso, pero descubre que está extrañamente vinculado a momentos de ira incontrolable, y que sucedió algo en los antiguos habitantes (ya muertos) de una casa de vacaciones que tiene relación con su poder. Andrea es astuta y atrevida, y tomará las riendas para tratar de darse respuestas, sabiendo que los adultos (su familia, los médicos…) no acaban de comprenderla.

Como es habitual en el género que hoy llaman young adult, en la novela, aparte de este extraño, cruel y doloroso poder de la protagonista, se habla de los problemas y ambivalencias habituales de la adolescencia: «echaba de menos su infancia, una época sin responsabilidades ni conflictos» (93), «estaba sola y nadie podía ayudarla» (93), «mi padre solo me dice lo que debo hacer, no lo que hago» (187), «su madre tampoco la entendía […]. Lo que más deseaba era que se abriese la puerta y que su madre entrase para abrazarla» (204).

Ricardo Gómez dosifica la información con maestría, entrelaza tramas que en un primer momento no parecían tener nada que ver, y hace todo esto con una redacción magnífica. Tal vez algunos diálogos entre chavales resultan poco orales y muy formales, eso sí, pero se permite también guiños en sentido contrario, como una página expuesta en forma de diálogo de mensajes de móvil (154).

Lo que va ganando presencia a lo largo de la novela es la sexualidad, la masturbación, los primeros orgasmos, la atávica violencia masculina. Esto merecería una reflexión aparte, pues en este aspecto la novela resulta perturbadora. No lean este párrafo si temen un poco de spoiler. En la novela se carga la mano hacia la maldad intrínseca de muchos personajes masculinos, y sorprendentemente la protagonista solo es capaz de sentir atracción sexual hacia un chico que es declaradamente gay. La idea de que la sexualidad heterosexual de los hombres haya sido y sea siempre violenta, como parece traslucirse, y que la protagonista pueda alzarse como una especie de superheorína vengativa de atropellos y abusos patriarcales, puede ser algo que provoque un efecto de estragamiento en lectores chicos actuales. Opine el lector, pero ¿no se decanta demasiado por una fantasía de mujeres pudiendo vencer físicamente a los hombres? ¿La fantasía de una «venganza de género»? ¿Se toma partido por ello, o se quiere plantear ambiguamente mediante alusiones al diablo y a fuerzas malignas? Hay un algo que nos ha recordado a la distopía feminista de Naomi Alderman, El poder, y hay un mucho que nos ha recordado a la película de Medem Caótica Ana.

Nos ha gustado la crudeza y valentía de la novela en no taparse la boca si hay que hablar de temas duros; se alude a la posibilidad de suicidarse, a la posibilidad de asesinar, a aspectos sórdidos de la vida adulta, a violaciones… No hay tapujos, y todo esto está justificado argumentalmente. Nos ha encantado también que los personajes adolescentes no son planos ni idiotas, sino que se eligen personalidades inteligentes, curiosas, sensibles, generosas, artísticas… como son también los adolescentes.

Un último comentario acerca de la cubierta del libro. Teníamos este libro desde hace meses en el estante de «para leer», y no nos decidíamos. Al fin, la lectura nos ha revelado que es un libro que no se debe juzgar por la portada. Sin duda la fotografía (del autor) guarda relación con la novela, pero tanto ella como el diseño nos transmitían una imagen triste y aburrida, nada que ver con el libro en realidad. Pensamos que una cubierta distinta, con más apariencia de novela juvenil y menos de tratado etnográfico, hubiera mejorado el éxito de El dulce olor del diablo.