El niño, el topo, el zorro y el caballo

El niño, el topo, el zorro y el caballo

Charlie Mackesy (texto e ilustraciones), Laura Vidal Sanz (traducción): El niño, el topo, el zorro y el caballo. Barcelona: Suma de letras (Penguin Random House), 2020, 128 páginas

Esta es la historia de un niño que solamente quiere volver a casa. En su camino se encuentra con unos compañeros de viaje inesperados: un topo, un zorro y un caballo. Cuatro personajes que bien podrían considerarse uno solo, como nos explica el propio autor en la introducción. Entre ellos se establece una gran amistad y, curiosamente, un fuerte sentimiento de protección. Cuatro seres bien distintos que no solo comparten camino sino también sus propios miedos, porque incluso los astutos topos, los temibles zorros y los poderosos caballos sienten miedo alguna vez.

Aunque en apariencia no tiene un hilo argumental claro y, en palabras del autor, el viaje de estos cuatro amigos no tiene principio ni fin y no es unidireccional puesto que lo puedes leer en el sentido que quieras (de hecho, ni siquiera tiene números de página), si se comienza a leer desde la primera página, se aprecia con claridad la maduración de cada personaje y la evolución de esos vínculos afectivos que han improvisado por el camino. Su avance, su progresión y su paulatina comprensión del mundo gracias a la sabiduría particular que cada uno aporta se desarrolla paralela a nuestra lectura.

El lector se siente rápidamente identificado con los protagonistas, con todos ellos o con cada uno, según el momento. Sus miedos, sus anhelos y el deseo de sentirse queridos son los de cualquier individuo y, sin embargo, eso no los hace menos importantes, menos alcanzables o menos valiosos. Creo que es aquí donde reside el encanto. La invitación a la reflexión es tentadora e inevitable: ¿somos amables con nosotros mismos? ¿Somos capaces de perdonarnos? ¿Nos avergonzamos de nuestro llanto? ¿Somos menos valientes cuando pedimos ayuda a los demás? ¿Es una debilidad desear sentirse querido? ¿El vaso medio lleno o medio vacío?

Ser amable contigo mismo es una de las mayores muestras de amabilidad.

El mensaje, sin pretensiones, resulta optimista y esperanzador, aunque (y aquí va una pequeña pega, por poner una) quizá demasiado insistente en el tema del amor que, sobre todo hacia el final del libro, puede resultar un poco repetitivo. Sin embargo, no cae en el aleccionamiento. Esta tierna historia aporta lecciones de vida sencillas y valiosas: compararte con los demás es la mayor pérdida de tiempo; eso de que la vida tiene que ser perfecta es el mayor de los engaños (mensaje reforzado involuntariamente por la «aportación» gráfica del perro del autor) y, lo más importante, un abrazo es mejor que una tarta porque «dura más».

Además del tema de la amistad, el miedo, los conflictos internos y el amor, destaca también una constante reivindicación en defensa de los animales (sean de la especie que sean) y de la naturaleza en general porque «hay tanta belleza de la que debemos cuidar».

En mi opinión, la naturaleza es un poco como la vida, a veces da miedo, pero es hermosa.

Las acuarelas y la tinta de la pluma mezclan trazos nítidos con dibujos casi abstractos, negros con sepia y con impactantes azules; algunas ilustraciones hablan por sí mismas con tanta fuerza que los textos a veces acaban pareciendo prescindibles, a pesar de lo cautivadora que resulta la letra manuscrita. Este relato alegórico es una auténtica delicia, una especie de galería de arte en miniatura agrupada y «pegada» en forma de libro.