Sopa de ratón

Sopa de ratón

Arnold Lobel: Sopa de ratón. Barcelona: Ekaré, 2019, 64 pp.

Ya tuvimos el gran privilegio de deleitarnos con Búho en casa hace un tiempo y hoy retomamos el gustazo de disfrutar a Lobel. No es precisamente una novedad: la primera edición de esta obra es de 1977; pero no podíamos dejar pasar esta oportunidad que nos brinda Ekaré con la reedición de 2019. Allá vamos.

Vuelve a ser un formato pequeño, manejable y muy íntimo que parece invitar al lector a acercarse y a degustar las páginas que se le van a ofrecer. La obra arranca con un inicio majestuoso: un ratón lee un libro bajo un árbol, una comadreja lo atrapa y se lo lleva a casa para cenarlo en forma de sopa, y el ratón deja semejante escena en suspenso al convencer a su anfitrión de que una buena sopa necesita estar condimentada con cuentos.

—Pero yo no tengo cuentos —dijo la comadreja.

—Yo sí —dijo el ratón—. Puedo contarlos ahora.

—Está bien —dijo la comadreja—, pero date prisa. Tengo mucha hambre.

—Aquí tengo cuatro cuentos para darle sabor a tu sopa —dijo el ratón.

Y, al más puro estilo Sherezade, el ratón se lanza a hacer de trovador y nos regala los oídos (o las pupilas) con cuatro historias marca personal de Arnold Lobel. «Las abejas y el pantano», «Dos grandes piedras», «Los grillos» y «El espino». Todas ellas derrochan humor, rozando el nonsense en algunos puntos. Siempre con personajes con un toque adorable, con una tranquilidad que está entre lo envidiable y lo exasperante, definitivamente entrañables. 

En «Las abejas y el pantano», nos encontramos frente a un ratón a quien le aterriza un panal de abejas en la cabeza y no logra librarse de ellas: están fascinadas y encantadas con su nueva ubicación. En «Dos grandes piedras», las protagonistas pasan el tiempo sentadas (juro que Lobel dice sentadas, ¡un genio!) en la ladera de una colina, preguntándose qué habrá al otro lado, cómo será ese territorio desconocido. En «Los grillos», el autor nos regala su propia interpretación de la célebre cancioncilla «Un elefante se balanceaba» y nos muestra una ratona intentando dormir, mientras uno tras otro van uniéndose más grillos bajo su balcón a cantar serenatas. Y, finalmente, en «El espino», una planta germina de la nada en el sillón de una buena mujer que, lejos de querer acabar con el intruso, lo riega hasta que se convierte en un hermoso ramo de rosas. ¿Moraleja de estas historias? Eh… 

Las ilustraciones de la obra, como de costumbre, una delicia. Especialmente por lo diferentes que son a la gran mayoría de imágenes que pueblan últimamente la oferta editorial infantil. Arnold Lobel no necesita propaganda, pero desde aquí, recomendamos su lectura una y otra vez, sobre todo cuando andan comadrejas cerca al acecho de ratones lectores.

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