Invisible

Eloy Moreno: Invisible. Barcelona: Nube de tinta, 2018. 299 pp.

Afrontamos la crítica de Invisible de Eloy Moreno desde el estupor y la reverencia que nos genera un fenómeno editorial que ha vendido más de 200.000 copias y que ha conseguido colarse en cientos de institutos españoles como lectura “indispensable”.

¿Cuál es el secreto del éxito de Invisible? Intentaremos analizar las claves sin desvelar demasiado de su argumento. En primer lugar, la obra trata sobre un tema tristemente candente: el acoso escolar. En un momento en que, como sociedad hemos decidido por fin hablar de él sin pelos en la lengua, sin ocultar el daño que hace a acosados y, por qué no, también a acosadores y a todos los demás, observadores, cómplices u opositores, que se posicionan equidistantes al hecho. En un momento en el que hemos decidido fijarnos en todos los entresijos de este terrible fenómeno y hablar de él para visibilizarlo a toda costa.

Por otro lado, Invisible está escrito con un lenguaje fácil y dinámico. Construido con recursos literarios interesantes como la analepsis (el libro comienza, en realidad por su final) o la polifonía (se usa la primera persona para hablarnos del protagonista sin nombre, y la tercera para contarnos la visión del acosador, de los supuestos amigos, de los profesores, de los padres). El argumento se nos presenta encapsulado en pequeñas dosis, en capítulos de no más de dos o tres páginas con continuas prolepsis que profetizan lo que va a suceder a continuación y enganchan al lector para seguir leyendo. La información se va ofreciendo muy dosificada, a veces casi descontextualizada a modo de piezas de puzzle, para generar una sensación de desequilibrio, de estupor, que contribuyen tanto a generar una sensación de inmersión en la angustia del protagonista como a fomentar las ganas de seguir leyendo.

 Toda la obra está regada de ciertas alegorías y metáforas, que no por obvias dejan de ser acertadas; como, por ejemplo, el convencimiento del protagonista de que ha adquirido el súper poder de la invisibilidad (solo eso explicaría de una manera ligeramente reconfortante que nadie le esté ayudando cuando le acosan delante de todo el colegio). Esta alegoría, al mismo tiempo, contribuye a generar cierta expectación sobre la trama: ¿estaremos ante una novela realista donde se inmiscuyen elementos fantásticos (¿los poderes son reales?) o simplemente estamos ante el realismo más descarnado donde la alegoría saca a la palestra los límites de la cordura humana ante el sufrimiento?

Todos estos son los pros de Invisible, pero no querríamos de dejar de señalar algunos contras que personalmente le encontramos.  La trama gira en espiral durante toda la novela en el proceso de acoso de manera redundante (en ocasiones nos da la sensación de estar leyendo una y otra vez el mismo párrafo con ideas repetidas), la narración es tan directa, que resulta dirigida y demasiado masticada, casi admonitoria y la desmesura con la que se presenta la tragedia del protagonista a menudo roza la inverosimilitud. Entendemos que puede ser un recurso literario: hiperbolizar la sensación de soledad y desamparo de las personas que sufren acoso. Pero, como decimos, nos parece que para potenciarla se cae en la inverosimilitud (es impensable que la profesora de Literatura, la única que parece darse cuenta de la situación, no avise a los padres del muchacho, por ejemplo). Así mismo, el maniqueísmo está también presente en una situación que, aunque tengamos que juzgarla con mucha severidad, es mucho más complicada que una cuestión de “héroes y villanos” (p. 259).

La novela contentará a los fans de las tragedias sin remisión. Moreno, de un modo tal vez sensacionalista, dibuja un mundo lleno de personas malas (monstruos, los llama), deshumanizadas, ciegas al dolor de los demás por prisa, por miedo, por indiferencia, donde, en sus propias palabras, el peor no es el acosador sino todos los que miramos y no hacemos nada:

“Sabe también que no es el tren el que va a llevarse por delante la vida de ese chico, ni siquiera es MM el culpable; no, los que van a acabar con una vida que apenas ha podido estrenarse son todos los que han mirado pero han preferido no ver; también toda esa gente que ni siquiera ha querido mirar. Sabe que uno no es invisible si los demás no le ayudan a serlo”, p. 282.

Baste como detalle que la última frase que la chica enamorada del protagonista (que no ha sabido o no ha podido ayudarle) le dedica es “puto pirado de mierda” (p. 64). El final no es mucho más esperanzador. El protagonista ha salvado su vida y ha ganado una visibilidad, pero las reacciones de todos lo que le había llevado a sentirse invisible se quedan por dibujar en la novela. Solo hay culpabilidad y estatismo.

Puede que estén pensado que Invisible no es muy diferente como tragedia a otras célebres protagonizadas por niños (Oliver Twist, David Copperfield, Jane Eyre). Sus autores también trataban, como Moreno, de concienciar sobre situaciones deshumanizadas e injustas. La diferencia es que, en todas ellas, se ofrece un hálito de luz al final de la historia, una redención, una esperanza en la capacidad de cambio del género humano; y no por eso dejan de ser menos duras ni se conciben como una irreverencia o banalización de los problemas tratados.

Sobre todo teniendo en cuenta que se ha convertido en lectura escolar, las preguntas a las que me ha llevado la lectura de Invisible son estas: ¿queremos concienciar solo con el horror? ¿con la culpabilidad? Celebramos la aparición y el éxito de un libro que tenga la valentía de hablar de este tema, pero personalmente esperamos que sirva también como impulso para otras obras sobre la misma temática desde ópticas más luminosas.