Cuando juegan las palabras

Silvia Katz: Cuando juegan las palabras. Premio de poesía Luna de Aire del CEPLI (2020). Ilustraciones de Tammy B. Pérez. Madrid: SM, 2021. 44 pp.

El título de esta poemario contiene la carne y el alma de sus páginas. La carne, que son las palabras, mostrándose, exhibiéndose (escondiéndose también, vaya), dejándose fotografiar por nuestros ojos, ávidos lectores. Y el alma, que es el juego, diciendo “levántate y anda… y corre y come y enloquece y enrédate y rebózate”. Las palabras, animadas, protagonizan los poemas de este poemario. Tenemos el encuentro de “pata” y “tapa”, una colección de “ojos”, “rojos”, “piojos” y “sonrojos” haciéndose preguntas, o las tildes huidizas que te dejan vendido en un examen de lengua.

Pero las palabras no salen a jugar por sí solas. Quien las invita, ese primer aliento que las vivifica, es Silvia Katz, poeta argentina que con este libro se da a conocer en España. Katz sabe lo que hace cuando escribe para niños. Casi se podría decir que vive rodeada de ellos en su Taller Azul de Salta, donde hace maravillas artísticas y poéticas con chicas y chicos «con pajaritos en la cabeza». Vean, vean, merece la pena. Uno de los resultados de sus talleres fueron los libros El pequeño ilustrado 1, 2 y 3 (Ediciones Larazul), singulares diccionarios compuestos de decenas de definiciones de los más variados conceptos: algunas tronchantes, otras profundas, las más sorprendentes, todas ingeniosas. La autora ha decidido combinar sus poemas con definiciones de estos maravillosos libros, sabiendo que también son parte de ella, hijas y madres de su creatividad, y como homenaje a su hermosa tarea desarrollada año tras año en el Taller Azul. Así, tras cada poema hay una de esas definiciones:

“Verdad: es cuando disfrazás la mentira”, dice un cínico de 9 años, tras el poema “Enredadera”.

“Suspirar: tirar aire pintado de amor”, dice otro niño, con sus diez añitos de sabiduría poética.

En los poemas se personifican las letras y las palabras: se esconden, se enamoran, se tropiezan… juegan. La coma se come las tildes, haciendo honor a su nombre. Y la poeta las saca a la página sin miedo a desestructurar las grafías y las ortografías. Y también los versos, como en la vanguardia:

Una gá
ta
tantatuá
da
gateá
ba
enlalmohá 
da (p. 28)

Y la autora también juega: aliteraciones, paranomasias… Sobre todo paranomasias. O sea:

Una cuerda
más un cuerdo
creo que
hacen locuras
pero
no
me
acuerdo (p. 22)

Los 27 poemas están muy bien de ritmo acentual, con verso breve y cantarín, a veces al son de un juego infantil (como en “Pisa pis, suela”).

27 poemas son pocos, y este es de esos libros que breves se hacen y por eso se hacen breves. Y es también de esos libros que nos enseñan a mirar, a niños y a adultos, con unas lentillas lúdicas, que atisban sorpresas y posibilidades en cada cosa, en cada caso.