Cómo criar hijos y que no salgan imbéciles

Melinda Wenner Moyer: Cómo criar hijos y que no salgan imbéciles. Barcelona: Kitsune Books, 2022. 360 pp. 

No hay duda de que un título así merece que hablemos de él, complementando nuestra tematica de reseñar obras de creación literaria para niños y jóvenes.

Muchos educadores nos topamos con esa disyuntiva que es más ideológica que otra cosa: ¿qué hay que enseñar en casa y qué en la escuela? Las posiciones más retrógradas en nuestro país sostienen que lo nuclear de la educación son los valores, las creencias, las actitudes y la conducta, y que eso se enseña en casa; el resto, en las aulas. Otras posturas, más recientes, afirman que la escuela también es lugar para enseñar a comportarse, para aprender valores y otras cosas esenciales de la existencia como la vida en común, la sexualidad, la colectividad, etc. 

En la tradición de la divulgación norteamericana, que tan bien sabe hacerlo, este manual aporta ideas para la educación de los hijos. ¿Podría valer, si esa es la postura que adoptamos, para la educación de los niños en escuelas infantiles, colegios e institutos? Decídanlo ustedes. Pensamos que, cuando menos, este libro enseña a hablar con los peques y a tratarlos con afabilidad y comprensión, sin autoritarismos absurdos, en la estela de lo que enseñaba ese magnífico libro de Adele Faber y Elaine Mazlish (Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y escuchar para que sus hijos le hablen).

¿Qué es que un niño te salga imbécil? No habla la autora, obviamente, de capacidades intelectuales, sino de lo que podríamos traducir (de un modo menos epatante) como “bondad”. Esta bondad tiene sus dimensiones o “rasgos”, a las que se dedican sendos capítulos: la generosidad, la motivación y fortaleza, la defensa del débil, la sinceridad, la igualdad, la autoestima y la tolerancia. Si el libro consigue sus propósitos, o mejor dicho, si los lectores del libro logran hacer realidad sus propósitos, entonces evitarán que los niños sean, respectivamente, egoístas, blandengues, abusones, mentirosos, sexistas, narcisistas y racistas.

Con humor, contando anécdotas personales (ella es madre de dos hijos) o leídas, sin petulancia, expone ideas interesantes. Entender a los niños no es fácil: sus razonamientos difieren de los nuestros, no solo cuando son bebés, sino, de diferentes maneras, en años sucesivos (adolescencia incluida). La lógica de sus actos merece, en primer lugar, nuestra atención, y luego nuestra sabia mano para guiarles en las primeras decisiones difíciles y en lo que antiguamente llamarían “la forja del carácter”.

Después de muchos años de dar clase en Facultades de Educación, nos debatimos todavía entre la importancia indudable de enseñar contenidos, desarrollo de competencias y destrezas, etc., y el hecho palmario de que, al cabo, un buen docente (en cualquier etapa) ha de tener amor por sus alumnos, y eso (junto con otras cosas necesarias para la profesión) no lo enseñamos en la Facultad. «Amor» es un término un poco cursi, o así me lo pareció las primeras veces que lo oí en mi ámbito profesional, pero es el término que utilizan muchas buenas y sabias maestras y maestros al borde de su jubilación: lo que han hecho en todos estos años, por encima de otra cosa, ha sido querer a sus alumnos. Esa es  la premisa que podría equiparar a los hijos con los niños-alumnos, y que podría hacer muy válido este libro no solo a padres y madres, sino a todos los educadores.

Cuatro capítulos finales muy útiles, incluyen estrategias para educar la conducta, facilitar las relaciones entre hermanos, “lidiar” (es la palabra que usa la traducción) con el mundo digital y hablar de sexo con ellos.

Grueso pero ligero, el libro deja sabiamente para las 30 páginas finales las notas bibliográficas, con referencias del ámbito de la Psicología, mayoritariamente.