El desván
Saki: El desván. Ilustr. de Eduardo Ortiz, trad. de Juan Gorostidi. Segovia: Yacaré, 2017, 48 pp.
La editorial Yacaré nos trae de nuevo un formato muy alargado, marcadamente vertical, que influye en la narración y en la caracterización de alguno de los personajes, tal y como ya sucedÃa en Una casa grande, un vestido rojo y más de cien palomas. De hecho, ya la propia portada nos presenta una vieja casa, bastante estrecha, que tiene un aire Hitchcokiano que nos hace sospechar del misterio que va a rondar en la historia. El texto es originariamente obra de Saki, pseudónimo del escritor inglés Hector Hugh Munro que publicó este y otros relatos cortos en 1914 en la obra Beasts and Super-Beasts (Bestias y Superbestias en castellano).
Eduardo Ortiz, ilustrador, juega desde el principio con planos y angulaciones: el picado de la primera página nos muestra a un niño visto desde arriba, tratando de defender su fechorÃa, mientras una sombra alargada y desproporcionada sale de sus pies. No sabemos si se trata de la sombra del propio querubÃn o de la del adulto que está sancionándole desde un punto que queda fuera de la página; el caso es que nuestra atención ya la tienen.
La historia nos habla de Nicholas y de su tÃa -o eso se empeña ella en decir que es- en una constante lucha de poder, caracterizada más por una guerra de guerrillas y estratagemas que por abiertos enfrentamientos. El niño, sin duda, tiene ingenio de sobra para saber cómo y cuándo enfrentarse a su enemigo y gracias a ello logra colarse en el desván con el que lleva fantaseando mucho tiempo. ¿Qué puede haber en un desván cerrado con llave y al que tienen prohibido el paso los pequeños de la casa? Pues cosas interesantÃsimas seguro, aunque solo sea por las expectativas que puede imaginarse la maravilosa mente infantil.
Nicholas logra no solo entrar en el paraÃso de sus sueños, sino salir airoso de la incursión y llegar a tiempo de ganarle otra batalla dialéctica a su tÃa y tomarle el pelo con grandiosa locuacidad. Este niño tiene pinta de pasar horas leyendo… ¡qué peligro!
Las ilustraciones, que nos habÃan conquistado al principio, mantienen el nivel esperado. Recurren a distintas gamas cromáticas para plasmar la diferencia entre la realidad cotidiana y las puertas a la fantasÃa que se abren en el desván. Muestran con destreza aquello que quieren enseñar, haciendo uso de enfoques estudiados y muy medidos. Además, juegan con el humor, con lo que muestran y lo que no, y logran generar la atmósfera idónea en cada uno de los momentos clave de la historia. De hecho, la tensión que se masca en el salón en una de las escenas finales está tan bien construida que una servidora se ha quedado boquiabierta al ver que el libro acababa ya. Pero, pero, pero… ¿y luego?
En definitiva, bien por Saki, bien por Eduardo Ortiz y bien por Juan Gorostidi (reconozcamos el valor de las traducciones).