La Torre de Zoe
Paul y Emma Rogers (texto) y Robin Bell Corfield (ilustraciones): La Torre de Zoe, trad. de Esther Rubio. Madrid: Kókinos, 2000, 32 pp.
Una maravilla, eso es lo que traigo hoy, editada por Kókinos en 1993, en 1996 y en 2000 y que esperemos que sigan reeditando una y otra vez.
Empezamos la historia con una niña que nos interpela directamente, aunque más que hablarnos a nosotros parece como si fuera pensando en voz alta y comentando aquello que hace. “Si salgo de mi casa y sigo el sendero…”. Aquí comienza un paseo bucólico que va viéndose interrumpido por pequeños altos en el camino a los que la pequeña va dando solución: llega a un camino cubierto de hojas y decide seguirlo un poco más allá; se encuentra con una barrera de madera y decide saltarla por encima y caminar sobre un poco de barro. ¡Qué delicia cuando las ganas de explorar superan cualquier dificultad!
En ningún momento percibimos peligro o tensión, precisamente porque vivimos la caminata a través del pensamiento en voz alta de la protagonista y ella, claramente, está disfrutando tranquilamente. Se van alternando imágenes que ocupan una sola hoja con otras que se expanden y conquistan la doble página; también se alternan ilustraciones a sangre que ocupan hasta el último milímetro del papel, con otras más reducidas que parecen enmarcadas por el espacio en blanco. Vamos entrando y saliendo del paseo de la niña, colocándonos tras sus ojos y viendo directamente lo que ella ve, para después convertirnos en observadores externos que la miran desde fuera. Grandioso juego de planos y focalizaciones.
La narración se va construyendo con un juego casi de pregunta y respuesta: si hago esto… me encuentro con algo nuevo; si me muevo hacia allí… llego hasta un nuevo lugar. Vamos descubriendo el camino con la pequeña, hasta que llegamos a la torre de Zoe: una fortaleza en lo más alto que nos permite ver el mundo conocido y atisbar el desconocido. Seguimos sin tener miedo, la sensación es de tranquilidad absoluta, hasta que una voz avisa de que ha llegado la hora de volver a casa. Ahí descubrimos que la protagonista se llama Zoe y que hemos estado con ella en su torre, en un refugio tremendamente íntimo al que nos han invitado de manera tácita.
Al más puro estilo de We Are Going on a Bear Hunt pero sin la tensión ni las carreras de vernos perseguidos por un oso enfurecido, nos encaminamos de regreso. Llegamos poco después a la última doble página donde una ilustración a sangre nos muestra a Zoe corriendo hacia los brazos de su madre, corriendo… a casa. Preciosa metáfora del apego seguro, de las ganas de descubrir sabiendo que estaremos a salvo, de las ansias de volar conscientes de que siempre habrá unos brazos que nos aguarden en el nido.
El texto nos va contando la historia con sencillez, con deliciosa inocencia. Las acuarelas, construyen sobre esas palabras y nos transportan a una infancia despreocupada, llena de energía y con alas para recorrer el mundo entero. O quizás tan solo el sendero entre la casa y la torre de Zoe, pero con el espíritu de la más valiente de las exploradoras.
Una maravilla, lo había dicho nada más empezar. De verdad, una maravilla.