Esta es Anita

Sara O’Leary (autora) y Julie Morstad (ilustradora): Esta es Anita. Barcelona: Blackie Little, 2018. 32 pp.

Nada más ver este libro ya se sabe que estamos ante uno de los mejores de este año. ¿Qué será? ¿La impactante cubierta, con Anita en antifaz de zorro, mirándonos desde un prado cuajado de flores? ¿El trabajo editorial, con la elección de un formato de tamaño especial, la camisilla, el antifaz de zorro de regalo? ¿El texto de contracubierta, que remite a Wes Anderson y a Maurice Sendak (ahí es nada) como referentes e influencias?
Esta es Anita tiene un comienzo genial, que enlaza con El Principito: sobre una alfombrilla de retales azulados, una caja de cartón de la que asoman unos pelos. “Esta es Anita”, se nos dice. “No, eso no. Eso es una caja. Anita está dentro de la caja”.


Pero Anita no está dentro de la caja. En realidad está navegando a muchos kilómetros de aquí, buscando (o sin buscar) un puerto en el que quedarse.
Anita es todo imaginación y todo creación. Vive para la fantasía, a veces en su cuarto y a veces en sus libros. Ha vivido lo que viven los personajes de los cuentos (verán menciones a Alicia, a Mowgli, a Sirenita), y es feliz con ellos y con los pájaros. Página tras página la vemos recorrer escenarios de cuento, o inventar escenarios con las cosas que tiene a mano; a veces está haciendo cosas en la realidad, a veces sumergida en la ficción.
Esta es Anita es una oda a la fantasía. Anita es la niña imaginativa por excelencia, la que ve una sábana y una cuerda y está viendo un tipi, la que se convierte en zorro con ponerse una máscara de zorro. Cada doble página de este álbum se disfruta por la calidad del texto, que no es obvio (salvo en la penúltima página, innecesaria), y por las ilustraciones delicadas y potentes, mágicas, tiernas. (Sabemos de más de uno que decidió comprar el libro y atesorarlo solo abriéndolo por una página cualquiera.)
Y sin embargo… Sin embargo toda la fascinación que nos causa este personaje nos deja un poco tristes al acabar el libro. Esta muchacha de mirada lánguida y soñadora está sola, siempre sola; sin ni siquiera padres que le digan nada por dar martillazos o hacer sonar el gramófono demasiado temprano. No fue consuelo para nosotros verla con su cola de sirena o con sus alas. De algún modo Anita se nos hizo inalcanzable. La veíamos jugar pero sus juegos estaban al otro lado del cristal de su tristeza. Una niña que juega y que nunca ríe no nos parece una niña que juega, por mucho que nos esforcemos. Anita, pensamos, es esa adulta que quiere ser niña, y que queda cristalizada en su reino de hielo.
“Esta es su historia”, la de Anita, se nos dice en la última página. ¿Pero qué historia? Es un misterio. En el libro no hay desarrollo, no hay antes ni después, no hay conflicto, no hay evolución. La vida de Anita está congelada en un mundo sin tiempo (ni la liebre de marzo tiene reloj). Anita está atrapada en su país de las maravillas. ¿Qué hay detrás de este personaje que pierde su mirada hacia un punto que nunca podemos ver? ¿Qué le falta? ¿Qué desea? ¿Adónde nos lleva la historia de Anita? ¿A qué paisajes interiores? ¿A qué sensaciones?
Un álbum tierno, melancólico como una tarde de lluvia, para soñar y sentirse algo trilce. Eso es: un poema.