El sueño de oro

Anne-Florence Lemasson y Dominique Ehrard: El sueño de oro. Edelvives, 2019, 20 pp. Traducción de Elena Gallo Krahe

El sueño de oro nos trae la historia del rey Midas en una versión con siete pop-up, editada por Edelvives.

Había una vez, en unas tierras lejanas, las primeras que reciben al amanecer la caricia de la Aurora, un rey llamado Midas. Su palacio albergaba un jardín esplendoroso cuya reputación había traspasado las fronteras del reino, y desde muy lejos llegaban visitantes para admirarlo. Pero Midas, que vivía atormentado por una extraña melancolía, siempre parecía insatisfecho.

Así comienza esta obra, donde el diseño del texto parece emular las impresiones medievales con la letra capital al inicio de cada hoja, decorada con pequeñas filigranas. El formato horizontal favorece la apreciación de la edición pop-up que en algunos casos, al desplegarse, convierte la doble página en un pequeño teatro sobre el regazo. Las dimensiones de las construcciones que aparecen mágicamente al desplegar las pestañas tienen un tamaño algo más pequeño al habitual, pero ello no le resta visualidad a la propuesta.

Las ilustraciones, y los mundos de papel que se construyen en el aire, presentan colores saturados y brillantes, acompañados en varias ocasiones de tintes dorados en línea con la narración. El texto nos habla del deseo ardiente de Midas por poseer más y más oro y de las fatídicas consecuencias que semejante ambición le provoca. Tras un inicio feliz para el protagonista, que ve cómo con solo tocar las flores de su jardín estas se transforman en brillantes adornos dorados, las desgracias pronto aparecen en escena. ¿Qué gracia tienen las carpas del estanque, convertidas en metal pesado que se hunden hasta el fondo? ¿O qué hacer cuando no se puede tocar a nadie por miedo a tornarlo en estatua y arrebatarle la vida?

Por suerte, en este caso, la avaricia desmedida tiene solución y un ser fantástico, un dragón de los vientos, interviene para dar respuesta a las plegarias del monarca arrepentido.

Midas regresó a su palacio, donde había empezado todo, y por primera vez contempló su jardín tal y como era en realidad. Vio las manzanas brillando lustrosas a la luz del atardecer. Vio las flores luciendo los mil colores del crepúsculo.

Sonrió ante el trémulo reflejo de las estrellas en el agua del estanque, donde las carpas nadaban en silencio.

Por primera vez, Midas era feliz.

 

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