El puente de Beringia

I. C. Viro: El puente de Beringia, ilustraciones de Saskia Huiskamp Pajerols. Madrid: Istarduk, 2022. 136 pp.

Hubo un tiempo en el que hacía mucho frío, era difícil encontrar comida y no existían los colegios. Sin embargo, era el mismo tiempo en el que se contaban cuentos, las fronteras no existían y, por lo tanto, tampoco el concepto de migración; un tiempo en el que no había contaminación ni guerras; un tiempo en el que los ancianos eran seres útiles (a veces los más útiles de todos). Hubo un tiempo en el que no medíamos el tiempo, un tiempo en el que “lo salvaje” era bueno, un tiempo en el que el cielo se veía sobre nuestras cabezas por la noche, un tiempo en el que aún nos quedaba, intacta e inagotable, la capacidad de asombro y sorpresa. ¿Era ese tiempo mejor que este que nos ha tocado vivir? La respuesta, obligatoriamente, no puede ni debe ser ni un sí ni un no. Porque la vida está llena de grises, de incertidumbres pero también de aventuras y de luz si sabemos verlo.  Y así de compleja y de simple nos la cuenta Dospalitos, héroe de esta historia, nacido hace 20 000 años pero que, por obra y gracia de una deliciosa y acertadísima licencia narrativa, nos cuenta su historia desde nuestro presente para ponernos delante de la cara el espejo del tiempo.

Y su historia es, nada más y nada menos, que la de aquellos humanos que cruzaron por el puente de Beringia para llegar a América. Una de las primeras migraciones reconstruidas de la historia. Una migración como las de hoy con incertidumbres, hambre, frío y penurias, pero que, vista a través de la mirada franca y esclarecedora, desdramatizada, de un niño, puede volverse también toda una aventura. Sí, nuestro Dospalitos; maravilloso antihéroe escuchimizado y frágil por fuera pero con una poderosa fuerza interior, del que resulta imposible no enamorarse. De él y de su voz narrativa delicada, poética, encantadora y engañosamente ingenua. Y es que, revestido en su inocencia, revela, como quien no quiere la cosa, tremendas verdades que resbalan hasta nuestros bolsillos, descienden por nuestros oídos, penetran en nuestro corazón para instalarse allí y no salir ya nunca.

A I. C. Viro, su autor, ya le conocíamos por su estupenda y retadora novela para preadolescentes La indomia. Pero hay que reconocerle el mérito y la valentía de no quedarse instalado en una sola formula y de haberse reinventado y explorado otros territorios estilísticos en El puente de Beringia. Su prosa nos recuerda esta vez a esa poesía desnuda y rotunda con la que se construyen los textos de autores como Gonzalo Moure o Mónica Rodríguez, y a ese humor clarividente constante con el que Manolito Gafotas (Elvira Lindo) nos enseña a mirar la vida.  Las ilustraciones de Saskia Huiskamp Pajerols captan esta misma energía y acompañan maravillosamente a la historia ayudándonos a sumergirnos aún más en la ambientación de la Edad de hielo. 

Y todo esto sucede en El puente de Beringia mientras cazamos mamuts, robamos huesos de reno al jefe de la tribu para jugar a las suertes, nos persiguen lobos, nos hacemos amigos de dos osas muy especiales y, crecemos al fin y al cabo, como Dospalitos, por fuera y por dentro, en este viaje de madurez, autoconocimiento y empoderamiento.

I. C. Viro construye una maravillosa novela llena de sabiduría y luminosidad. Aparentemente cotidiana, sencilla, desnuda nos hace transitar, sin embargo, por pensamientos y sensaciones de una tremenda profundidad conectando épocas a través de las tendencias humanas, y haciéndonos ver que hay cosas que siempre podrán ser subjetivas y puestas en duda y otras (el vínculo con la tribu, la pureza, la bondad, la valentía) rotundas e incuestionables más allá de los tiempos. Y todo ello con una mirada jovial y radiante, fina y elegantemente humorística, que son las mejores gafas que nos podemos poner para observar la vida y caminar por ella.