Entrevista a Silvia Katz

Hablamos con Silvia Katz, la autora argentina que ganó en 2020 el premio de poesía infantil Luna de Aire del CEPLI con su poemario Cuando juegan las palabras. Con su deliciosa manera de entender el arte y la palabra, y su enorme experiencia co-creando con niños en su Taller Azul, nos brindó una entrevista digna de escucharse, y que transcribimos aquí.

(Fuente de la imagen: Infobae)

Una autora argentina ganando un premio de poesía en España… ¿Cómo fue eso?

¿Raro, no? Durante la pandemia junté poemas aprisionados en carpetas y cajones con otro montón que fui escribiendo esos raros días, porque quería publicarlos… y una buena idea era presentarme a un concurso provincial.  Y así junté 700 versos o algo así, un montón. No sabía bien cómo hacer una buena selección y la noche antes de la fecha límite, me comuniqué con David Wapner [el poeta argentino]; necesitaba el nombre de un curso que él había dictado online hacía unos años, para ponerlo en mi currículum. Y cuando le escribo, me dice: “¿No te animás a mandarme lo que vas a enviar?”. Claro, como docente quería ver por donde siguió su alumna… “Muy lindo, pero acá tienes dos libros” —me dice. ¿Ajá?— “Sí, porque son cosas bastante distintas y yo haría dos libros”.

Estuve trabajando en eso toda la noche y efectivamente armé dos libros: aquel que mandé al concurso de Salta, mi ciudad (el provincial); y me quedó otro, que necesitaba un poco de trabajo aún. Cecilia Pisos [otra poeta argentina], con quien también había hecho un hermoso taller, lo leyó y me alentó para que lo enviara al Premio Luna de Aire. Yo no me animaba y gracias a ella finalmente lo envié… y los dos libros fueron premiados (*).

 

¿Qué fue antes, Silvia Katz o el Taller Azul?

Lo del Taller Azul se comió a Silvia…

Cuando era estudiarte de arte, hace muuuuucho, pensaba: “Quiero ser una artista reconocida y viajar por el mundo haciendo exposiciones”… pero de a poco el taller de los niños me fue enamorando, y estos últimos años he dedicado gran parte de mi tiempo a este proyecto. Una amiga me dijo una vez, cuando estaba montando una muestra del taller, que ese año no había trabajado en mi obra. “Esta es tu obra” –me dijo-. Y es cierto. Yo soy una persona gregaria, me gusta el trabajo colectivo, lo grupal. Participé hace unos meses en una exposición grupal con el colectivo Allá Ellas (del que soy parte), también estoy incursionando en un proyecto de música en el que estamos grabando unas canciones que empecé a componer hace más de 20 años… Soy, dicen acá en el norte, un ututo [un ututo es una lagartija pequeña muy movediza y curiosa…].

 

Tu inquietud por las palabras, por la poesía, se muestra también en las publicaciones de tu Taller Azul, en que, desde hace decenas de años, ilustraciones y textos infantiles van de la mano. ¿Qué sucedió primero en Silvia Katz: el arte literario o las artes visuales?

Mirá, todo viene de la infancia. Mis padres también nos alimentaron con cuentos y con poesía. Siempre digo que le debo gran parte de lo que soy y lo que hago, a Monteiro Lobato [escritor brasileño], que en los años 30-40 creó un universo fantástico. Ha publicado una colección de  libros para niños. Se trata de las aventuras de Naricita y Perucho, unos niños brasileros que pasan sus vacaciones en el campo y viven historias fantásticas en la casa de su abuela doña Benita y la empleada Tía Anastasia. Además hay personajes como Emilia —una muñeca de trapo que habla—, un vizconde de marlo, un burro también parlante… O sea: son historias muy locas para los años en que se escribieron. Mi papá nos había comprado esa colección de libros que adoramos mis hermanos y yo, … y toda esa fantasía maravillosa, esa libertad de imaginar creo que tiene mucho que ver con lo que hacemos en el taller.

Y la literatura entró al taller primero como disparadora de imágenes a partir de cuentos y poemas. Pero de a poco, si trabajás con niños, sabrás que ellos son naturales contadores de historias, y que de acuerdo a la motivación y al tiempo de escucha que se les dé, bueno, pueden crear maravillas.

Y todo también está ligado a la música, que es parte importantísima de mi quehacer y mi vida. Todo eso está en las clases, muchas veces trabajamos con canciones y cuentos, sobre todo de María Elena Walsh, que los chicos conocen de memoria y adoran. También inventamos pequeños poemas, coplas, a veces las cantamos. Walsh y su pareja Leda Valladares recopilaron los cantos populares del norte argentino, las coplas que todavía se dicen mucho por acá…

 

Cuando juegan las palabras es un libro muy rítmico, y he visto que en redes sociales hablas de las coplas con cierta frecuencia… ¿Cómo te ha influido lo popular? ¿Consideras que en el poemario Cuando juegan las palabras hay influencia de la poesía cantada, oral y tradicional de Argentina?

Muchísimo. Acá en el norte de Argentina, la copla está viva y la copla se dice, y el folklore y sus formas rítmicas son parte de la identidad cultural. Las coplas se cantan en las fiestas populares al ritmo de la caja, que es un instrumento como un tambor redondo y chato; hay coplas de carnaval, coplas para las pascuas… y distintos ritmos como baguala, vidala… estoy bastante inmersa en este mundo, he formado parte de un grupo de mujeres de Canto colectivo con Caja que cantan coplas al unísono. También me gusta escribirlas. 

 

Al principio del poemario hay un prólogo donde se lee: “Dicen también que las palabras adoran jugar a pellizcar la memoria, porque así le provocan cosquillas. Y luego de eso, ¡nacen muchas ideas! Yo misma lo he comprobado después de escribir estos poemas, créanme”.

Sí, claro. Determinada palabra te lleva de la mano hacia la memoria, ese mueble lleno de cajoncitos, lleno de palabras, recuerdos, olores… y entonces una palabra o un perfume o una imagen te pellizca la memoria, te abre el cajoncito y así salen corriendo todas las otras palabras.

Este poema mío, que es como una copla, dice:

Ay, memoria, yo de pena

yo de pena me moría

si a mis años de pequeña

fuera usted y no volvía.

Hay que volver y traer todo lo que uno encuentra en el cajoncito de la infancia y de la memoria. Tenerla cerca, muy cerca, con los cajoncitos todos abiertos. Es un poco mi papel y por eso creo que tengo una linda relación con los chicos: de mis cajoncitos de memoria y de recuerdos, saltan cosas; les saltan a los chicos y se llevan bien y bailan juntos.

 

El poemario habla de juegos con las palabras y de las palabras. Pero hay muchas formas de jugar con las palabras, ¿no? ¿Cuál dirías que es el hilo conductor del poemario?

Pues varios. De una parte, la palabra en sí. Es el personaje, las palabras se juntan, van de fiesta, una entra, otra no… Y tiene otra parte que a mí me gusta personalmente muchísimo, y es el jugar con las palabras, con la posibilidad de desarmarlas, rearmarlas, escuchar cómo suenan, asociarlas por sonoridad, a veces es un poco ir contra la lengua, ¿no? Siempre pienso que hacer arte es una manera de jugar: escribir es jugar con las palabras, pintar es jugar con los colores, la música es jugar con los silencios y los sonidos…

El lenguaje tiene infinitas posibilidades y una palabra, tan solo una, es capaz de disparar o proponer diferentes sentidos. Jugar con las palabras es imaginar otros modos de decir, y saber que podemos decir lo mismo de mil maneras diferentes, porque cada uno de nosotros es único. Y nos ayuda a leer y entender el mundo de una manera más abierta, rica y profunda.

Una alumna mía dijo que “un poeta es una persona que escribe palabras que se quieren entre sí”, y para mí es una definición preciosísima. ¡Decime si no es una belleza esa definición!

 

Sí que lo es. Y escribir estos poemas infantiles, de algún modo, ¿te ha llevado a redescubrir tu infancia?

Estoy muy en contacto con las infancias y con mi “parte” que nunca ha resignado eso tan importante que es el deseo de jugar. Creo que si el artista resigna esto, está dejando de lado algo importantísimo del proceso artístico. El mismo Picasso decía que a le gustaría volver a tener la frescura y pintar como un niño porque es otra la mirada, la mirada de asombro… Hay que ponerse en el lugar del que no conoce nada, ¿no?, para volver a conocerlo todo, para tirar y armar algo nuevo.

Fíjate que yo tengo un títere que es un mapache. Tiene 30 años y es ayudante ad honorem del taller desde que llegó. Marquitos Preguntón le pusimos de nombre, y es el que cuestiona, el que pregunta cosas todo el tiempo, igual que los chicos. Entonces, cuando hicimos el Diccionario, incluso con los más grandecitos, yo manejaba a Marquitos con una mano y con la otra escribía las definiciones que ellos me decían.  Como venía de otro planeta y no entendía nada, jugaba a preguntarles: “¿Para ustedes qué es…  el amor?… Pero no entiendo, a ver… ¿me lo decís con otras palabras?”.  Y así, estábamos jugando con las palabras, porque las mismas cosas pueden decirse de miles de maneras diferentes. Surgieron entonces increíbles definiciones de palabras de uso cotidiano, que publicamos en unos diccionarios, y que también utilicé en “Cuando juegan las palabras”.

 

Aquí en España se le da mucha importancia al juego en Educación, pero parece que solo en la etapa de Educación Infantil. Luego, en Primaria, parece que el juego es algo que debe quedar atrás. ¿Qué piensas de eso? ¿Para qué les sirve a los niños el juego?

Para desestructurar ideas. Para aprender a improvisar. Para aprender.

En el arte no jugamos con las reglas de lo que entendemos por juego con reglas, sino que tenemos la posibilidad de salirnos, porque el arte es cuestionador, el arte tiene que ser desobediente de alguna forma. Hay que animarse, además, a improvisar. Yo juego con chicos y cuando doy talleres con docentes también lo hacemos y les encanta. Claro, es como que da un poco de miedo eso de jugar y que nos digan, “Ay, pero eso es cosas de chicos”. A ver, ¿por qué a los grandes les da miedo jugar, si los chicos aprenden jugando todo, siempre?

Una definición que dio una alumna es: “Un adulto es una persona que no juega”. Fíjate qué fuerte. Y qué triste…

Incluso la palabra “juego” da mucho miedo en la estructura escolar, ¿no? Cuando nosotros hicimos el proyecto de diccionario, yo no les dije “vamos a hacer un diccionario”; dije “vamos a jugar al diccionario”. Entonces, todo depende de cómo vos les ofrezcas la bandeja a los alumnos, qué ponés en la bandeja o qué disposición y qué palabras usás. Y la palabra “jugar” es la que siempre abre todas las puertas cuando vas a trabajar con chicos. Para mí es primordial.

No hay cosa mejor que enseñar a los chicos a través del juego. Lamentablemente están perdiendo esa capacidad de jugar en grupo, el juego ahora está en los dispositivos y en gran medida se hace en solitario. Los chicos acá juegan al “Pisa Pisuela” en el patio, jugamos al “Tuntún de la Calavera”, los mismos que jugábamos cuando yo era chica. Son juegos que se están perdiendo, los mismos padres de los actuales alumnos yo los practicaban poco…  la verdad es que a los chicos les encanta.

 

Entiendo que si los niños acuden a tu Taller Azul, es porque demandan algo que no se les da en otro lado…

Yo creo que en los espacios de educación formal, lo que está faltando es la preparación de los docentes, tanto en el área de las artes plásticas como en la literatura. No se les da, en su formación, herramientas para incentivar la expresión de los chicos. Por ejemplo, en el área plástica se valora sobre todo lo motriz: la destreza o la habilidad manual. Pero de ahí no viene el arte. Es importante, claro, pero con práctica se puede llegar lograr. Yo siempre digo a los chicos: el arte no está en la mano, el arte está en el corazón. Y en la cabeza, claro. Hay un niño que lo describe perfectamente, está en el libro de La boca azul: “El arte es una arteria que nace en el corazón y siente, pasa por el cerebro y piensa, baja por el brazo, llega a la mano y dibuja”.  

Creo que lo que el taller les da a los chicos es un cúmulo de vivencias y experiencias enriquecedoras. Quiero que ellos sientan que el arte es una herramienta que ellos van a poder usar. Es como encender una chispa que ojalá sea duradera, que cuenten con el arte, que es la posibilidad de expresarse, desde la imagen, desde la palabra sensible. Y la escuela va un poco en el camino contrario, buscando y premiando las formas estereotipadas, todas iguales.

 

¿Cuáles serían las lecciones de Silvia Katz para niños y niñas que quieran hacer poesía? ¿Desde dónde trabajar? ¿Cómo hacerlo?

Hicimos en el 2014 un proyecto que se llamó Rima que arrima. Trabajamos las palabras rimadas y al principio, hablar de poesía con los chicos era escuchar que “es un versito de amor”, que es “lo que le dice el enamorado (el varón) a las…”. Hay un preconcepto muy fuerte.

Entonces, empecé con las coplas. Les propuse: “Vamos a jugar a la búsqueda del tesoro”. Copié coplas populares (de animales, de humor…) y las escondí en el patio, entre las plantas, debajo de las macetas. Los chicos llegaban felices de jugar a buscar esos tesoros, y después, en una libretita las pegaban y anotaban las propias coplas. Ya la actividad comenzaba jugando. Me ocupé en poner varias repetidas, así si a algún chico les tocaba jugaban a intercambiárselas. Empezaron a armar como su primer librito de coplas, de poemas. Después, en cada clase empecé a leerles —y ellos también a seleccionar hacer lecturas propias— para que se dieran un baño de poesía.

(Lo que pude detectar, en años de taller, es que en la mayor parte de las escuelas lamentablemente se lee muy poca poesía, o nada; y no una poesía que los chicos puedan apropiarse y sentir, sino que de alguna manera le hacen una autopsia, le analizan el tipo de rima, la métrica, marcan los adjetivos, sustantivos, etc. etc… se quedan en lo formal nada más.  ¿Y la caricia de las palabras, su calidad, el ritmo, su música, sus silencios?)

Después elegimos poemas, los copiamos en cartoncitos de colores y los colgamos en el patio… era hermoso ver cómo el viento los mecía. En el recreo todos se atropellaban para salir a leerlos. Y cada clase nueva había más, ya que los chicos vienen al taller una vez por semana, pero hay alumnos todos los días. Y nuevos poemas por descubrir. Después empezamos a escribir poemas propios, desde lo vivencial. Descubrir que la palabra es una herramienta poderosa para comunicar, para crear belleza, conocer y crear nuevos mundos.

 

Muchas gracias, Silvia. Me encanta lo que dices, la pasión con la que lo dices, y la resonancia de inspiración que nos provocas. Suerte con todos tus proyectos, y seguiremos leyéndote.

 

(*) El otro poemario ha sido publicado con el título Palabras en bandada (Salta: Larazul, 2021).