El jardín de Abdul Gasazi
Chris Van Allsburg (autor e ilustrador): El jardín de Abdul Gasazi. México: Fondo de Cultura Económica, 2017.
Con una primera edición en inglés en 1979, El jardín de Abdul Gasazi es el primero de los libros que publicó Chris Van Allsburg. Un autor del que ya tenemos referencia, pues es creador también de El higo más dulce (1993), reseñado en nuestra web hace algún tiempo, y del conocidísimo álbum Jumanji (1981).
Alan es un niño al que su vecina le pide que cuide de su perro, Fritz. Un perro travieso que lo muerde todo (y a todos), no obedece… Así que Alan tiene una gran responsabilidad con él. Después de duras batallas en la casa para que Fritz no hinque el diente a todo lo que se le pone delante, Alan decide sacarle a pasear. O mejor dicho: Fritz saca a pasear a Alan. Tras cruzar un puente, llegan a las puertas de un jardín que parece misterioso. En la entrada se encuentran un letrero en el que se puede leer: “Absoluta y terminantemente prohibida la entrada a perros en este jardín. Abdul Gasazi, mago jubilado”. Pueden imaginar lo que ocurre después… Fritz consigue desatarse de su correa y sale disparado hacia el interior del jardín, y Alan corriendo tras él. Sus intentos por alcanzarle son desafortunados, con caída incluida y risas por parte del perro. Una vez el niño pierde por completo de vista al perro, decide seguir andando hasta que llega a un claro donde se encuentra con una impresionante casa, la casa de Gasazi El Grande. Allan decide entrar para ver si el mago había capturado a Fritz y pedir que se lo devolviera. Lo sorprendente de la historia llega cuando Gasazi le lleva al exterior, se encuentran con un grupo de patos y el mago le dice: “Ahí tienes a tu Fritz”. Sí señores, ¡Gasazi ha convertido al perro en pato!
Imagínense el estado de shock y confusión del pequeño Alan… ¿Cómo va a explicarle a la señora Hester que su perro es ahora un pato? Pero la preocupación no termina aquí. De camino a casa, el pato se lleva su sombrero y echa a volar hasta que desaparece en la distancia. Ahora sí que tiene un gran problema, ¡ni perro, ni pato!
Cuando llega a casa de la señora Hester, Alan le cuenta de un tirón lo sucedido cuando, corriendo sale Fritz del interior de la casa con el hocico lleno de comida. Por supuesto, la señora Hester no tomó en serio ninguna de las historias que Alan le había contado y le hace creer que ha sido engañado. El niño se siente muy tonto por haber creído que alguien podía transformar perros en patos y se hace la promesa de que nunca volverán a tomarle el pelo de estas maneras. Pero, cuando abandona la casa, la señora Hester encuentra a Fritz con el sombrero de Alan. ¿Será que era verdad lo que Alan vivió? O ¿Habrá sido todo un sueño?
Como ven, una historia que nos deja con una intriga final, donde se abre la distancia entre un mundo infantil, donde tienen cabida lo maravilloso y lo fantástico; y otro, el de los adultos, donde reina la racionalidad y parece ser que la magia no encajaría.
En cuanto a sus ilustraciones, hechas a lápiz, nos llevan a una atmósfera oscura y misteriosa a la par que bella, donde la fantasía se entremezcla con la realidad de una forma tierna y esperanzadora. Con una gran cantidad de detalles, podemos sentir cada una de las texturas y adentrarnos en el interior de la historia. Impresionantes dibujos que acompañan a esta historia y hacen que éste sea un libro que merezca ser leído y releído para poder sacarle todo el jugo.